“El éxito es un ratito. Uno no consigue nada” escribía la periodista y escritora mexicana Elena Poniatowska. Es una realidad que hemos evocado de otras formas desde este blog. “Todo éxito es provisional” decía Leonardo Polo. Lo resalto hoy después de haber hecho yo -7 en el partido del domingo. Esta provisionalidad, esta evanescencia de toda victoria es cruelmente mayor cuando por el buen resultado sabes que te ajustarán el hándicap lo que aleja el horizonte del próximo día feliz.
Pero, chicos, disfrutemos el ratito, disfrutemos que uno no consigue, disfrutemos la victoria y abracémosla, porque aunque sea nada, al menos es nuestra nada.
Eso es lo que harán quienes soñaron con ganar el World Golf Championship de México. Los Dustin Johnson, Rory McIlroy, Justin Thomas, Phil Mickelson y Jon Rahm salieron este domingo al tee del hoyo 1 del Club de Golf de Chapultepec con un objetivo claro: hacer lo mejor de su juego para levantar el trofeo.
La mera posibilidad de quedar primero imprime una tensión especial al juego propio. Si uno va muy bien puede ayudar a ir mejor. Si en un golpe se falla se echa mano de la despensa de motivación por ir en cabeza. Si el golpe es fantástico y la bola se queda muy cerca de la bandera, el profesional llena sus baterías de energía positiva a partir de las ovaciones.
El aplauso es un recompensa inmediata de la acción meritoria. Y hay artistas, jugadores y líderes públicos que tienen resortes mentales bien sensibilizados para convertir al instante los aplausos recibidos en aumento de la autoestima, y para hacer arder esa autoestima en avances de alto rendimiento. Es como la fotosíntesis de la plantas; podríamos llamarla ovatiosíntesis.
Uno de los jugadores que mejor activa esta ovatiosíntesis es Phil Mickelson. No hay nadie que produzca la empatía enriquecedora del golpe exitoso como este californiano. Mírenle la cara, midan su sonrisa y el gesto del pulgar arriba mientras el público le aclama cuando la bola aterriza junto al hoyo en un vuelo imposible.
Phil Mickelson repitió este domingo lo del sábado: un juego literalmente extravagante (que circula por fuera). Sus golpes con el driver y hierros largos se perdían mas allá de la orilla del fairway. Pero es un artista, un líder que mueve las manos para hacer magia y deja a su corazón bailar al son de los aplausos.
Y este domingo, parecía que el propio Phil había contagiado a Jon Rahm que iba en el mismo partido. Desde luego el vasco iba contento, aunque expansivo, lo que se dice expansivo, no es. Pero estaba disfrutando con esa compañía del hermano de su entrenador Tim.
Ese gozo alimentaba el juego de Jon Rahm y su precisión. Así en el hoyo 13 empató en cabeza con el líder Dustin Johnson, y en el hoyo 15, iba ya -5 en el día y se ponía líder en solitario, provisionalmente. No duró – ya lo decíamos – la racha, y el español encadenó dos bogeys en los hoyos 16 y 17 para acabar tercero.
Para Rahm, ser tercero en un Campeonato del Mundo donde estaban los 75 mejores y que era el primero que jugaba es un resultado espectacular. Por delante de él se distinguían las figuras Tommy Fleetwood (-13) y el campeón y número 1 del Mundo Dustin Johnson (-14) que no ha defraudado.
Pero me gusta entretenerme pensando en que está dando fruto el trabajo realizado por el español en el poco tiempo que lleva de profesional.
Al comenzar citaba yo a la escritora mexicana Elena Poniatowsky; de ella es también ésta frase que enmarca el gran día de Jon Rahm tan cerca de la victoria en México: “una noche la soñé y tal como la soñé amaneció frente a mi puerta”