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Decía
Oscar Wilde aquello de que “un caballero es alguien que nunca lastima los sentimientos de nadie sin motivo”.
El fondo cínico de la afirmación no esconde un sutil rastro de misericordia: así como en términos jurídicos se consideró siempre un avance la ley del Talión – ojo por ojo -, ya que reconducía la venganza a términos razonables si los comparamos con la enraizada costumbre de pasar a cuchillo a la familia entera de tu agresor que había matado a un primo, del mismo modo, evitar todo daño si no hay motivo para hacerlo, supone un escalón superior, propio de caballeros, frente a la villana costumbre de la ofensa gratuita, el grito soez e insultante o la calumnia por la calumnia.
Desde luego la Ética tradicional, con su ley de oro “trata a los demás como quisieras que te tratasen a ti”, fue un paso más firme en la mejora de las conductas. Superada por el cristianísimo “ama a tus enemigos”, sólo he visto rastros homogéneos en el golf.
La formulación de este espíritu caballeresco tiene una primera aproximación en las Reglas de Etiqueta, fórmulas para rebajar tensiones en el juego y facilitarlo a los que concurren sobre el mismo césped a la misma hora y a los que vendrán en las horas siguientes: dar paso al partido que viene detrás si uno se detiene a buscar la bola entre los ramajes; quitar lo piques del green, rastrillar y alisar la arena del bunker en el que uno ha dado un golpe o no maldecir al fallar un golpe son expresión de fino estilo, muestras de educación. Y como dice una de mis lectoras, “la educación es un apreciable sustituto de la caridad cuando ésta falta”.
Tener educación, tener buen humor y saber estar es algo que puede aprenderse, y sobre todo practicarse. Mi prima Margarita es un ejemplo de ello: por la comisura de sus labios apuntaban gotas de sangre de tanto morderse la lengua. Todo sucedió el otro día en un conocido club sevillano, donde le correspondió jugar con un golfista de la tribu “rústica”, con el lenguaje de una porquero de los de antes y los modales de la LOGSE de ahora. El sujeto – me resisto a llamarlo caballero – pese a su bajísimo hándicap desconocía reglas básicas del golf y todas las de etiqueta. Dio un golpe malísimo y por aquellas fauces, a voz en grito profirió:
.- ¡Jod…! Y ahora la p… bola se encaloma en lo alto’el’parmar. Me cago en… Con el buen golpe que he dado – seguía bramando – y con lo que me gusta el golf.
.- ¿Con que le gusta el golf? –preguntó sonriente Margarita.
.- Pues sí, ¿qué pasa?…
.- Pues pasa que muy bien podría empezar por leer la Sección I de las Reglas de Golf editadas por la Federación: su juego y el de sus compañeros de partido mejoraría un montón – volvió a sonreír.
.- ¿De verdad? – preguntó el rústico jugador rascándose el occipital.
.- Se lo puedo prometer.
Sí, el golf está hecho para ir acompañado, para ir disfrutando y hacer disfrutar. Los más altruistas llevan esto allí donde van, porque no hacer daño innecesario tiene la parte más positiva que es hacer el bien no debido.
Tal fue el caso, una vez más, de Miguel Ángel Jiménez; el pasado 25 de noviembre, abrió su Golf Academy de Torremolinos para promocionar una ciudad que no es la suya en un deporte que sí el suyo. Recibió a los responsables de los seis campos sevillanos –Real Club Pineda, Real Club de Golf de Sevilla, Club Zaudín Golf, Club Hato Verde, Las Minas Golf y la Escuela Pública de Golf La Cartuja-, liderados por Prodetur (Turismo de la Provincia de Sevilla) y Turismo Andaluz, con motivo de la presentación del producto turístico “Swing Sevilla” a touroperadores y agentes de viaje con sede en la Costa del Sol.
¿Era necesario su esfuerzo? No, pero es un caballero que hace el bien que puede y con “Swing Sevilla” y su lema “‘Hay otra Sevilla… que une golf y cultura” apoya una iniciativa de mejora de esa ciudad.
La temporada ha terminado en Europa, los golfistas que no se han ido a descansar están jugando el Open de Australia, pero las que no cesan son las posibilidades de mejora personal y social del golf.
En sus reflexiones sobre la regla de oro, Karl Popper fue uno, de los que la observó desde su vertiente positiva cuando la reformuló así: "la menor cantidad posible de dolor para todos" o, brevemente: "disminuyamos el dolor".
Y si viene – el dolor, no Karl Popper – un caballero o una dama intentan que no se note innecesariamente y, en todo caso, que no perjudique el juego de los compañeros de partido, de oficina o de hogar.
Pocas cosas son el fin del mundo, y desde luego no lo es fallar un putt de tres pies.