En 2011, cuando volví a Cuba junto a Diana Sarlabous, conocí a Camilo Villalvilla. Fue justo después del mediodía en que le presenté la ciudad que más me gusta a mí a la mujer que amo. Caminábamos por el Parque Martí cuando descubrimos a un apóstol unido por una manguera con Marx, Van Gogh y un soldado de la Guerra de las Galaxias.
Pocos minutos después nos conocimos. Esa es la ventaja de los pueblos de provincia, todo queda cerca, cerquitica. Dos obras de Villalvilla, mi imprevisto tocayo, acabaron definiendo (junto a otras dos de Coperi, otro talentosísimo artista cienfueguero), el alegato de las paredes que Diana y yo levantaríamos juntos.
Tres años después de aquel azaroso encuentro tuve un sueño. Fue una escena muy parecida a la original. Diana y yo entrábamos a Cienfuegos junto al Benny, quien sonaba a todo volumen en las bocinas del carro alquilado. En el mismo lugar donde nos conocimos, Camilo me enseñó una obra suya.
Eran dos Martí, uno de yeso y otro real (el mismo que se retrató en Kingston) hacían equilibrio sobre una balanza. Como si estuvieran encima del mostrador de una bodega cubana, el símbolo le ganaba en peso al hombre. Admiraba maravillado la obra cuando me desperté.
Decepcionado le conté mi sueño en un email a Camilo. Unas semanas después, también a vuelta de correo electrónico, me hizo llegar una imagen en JPEG. Era justo la obra que yo vi o al menos la que yo creo haber visto. Una pared de nuestra casa espera por ese sueño de una noche martiana.
Diana y yo no hemos estado en Cuba durante todo el 2014, pero un dibujo de Camilo Villalvilla trata de probar lo contrario.
– Camilo Venegas, escritor y periodista cubano, reside actualmente en República Dominicana.