Me pasé toda mi infancia teniendo que repetir, alrededor de las ocho de la mañana, que quería ser como el Che. Nunca fui del todo honesto. Si de verdad me hubieran dado a elegir, habría dicho que quería ser como Sandokán o como el Zorro. Hoy, a tres años de cumplir los 60, lo ratifico.
A Sandokán lo conocí por los libros de aventuras. Entonces para mí el mundo conocido tenía tres grandes navegantes: el Capitán Nemo, el Corsario Negro y Sandokán. Luego llegaron las películas y, aunque me encantó verlo a todo color, admito que lo prefería en los amarillentos cuadernos de Gente Nueva.
Tuve otro héroe. Es responsabilidad de Chena, el administrador del cine Justo (antes de 1959 había sido su dueño). Él siempre se las arreglaba para que el Zorro se quedara uno o dos días más en el Paradero de Camarones. Luego llegaba contrariado a la estación. “Esta película debió llegar antes de ayer a Palmira”, le advertía a mi abuelo.
No puedo decir a cuántas proyecciones del Zorro asistí. Hace poco, al volver a verla en YouTube, comprobé que me la sabía de memoria, cuadro a cuadro. Los libros de texto, los autores clásicos y la propaganda política siempre intentaron inculcarnos un sentido de la justicia, nadie fue más efectivo que el Zorro.
El suyo era muy básico, como lo era también su capacidad de planear las venganzas. Aunque la mayor parte de la película llevaba una venda, el rostro que reconozco del Zorro es el de Alain Delon. Acabo de enterarme de que ha fallecido y no puedo dejar pasar la ocasión.
Gracias por las convicciones, Zorro.
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