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PROBLEMA Y DINÁMICA

Soñar despierto o la utopía de Baruch Spinoza

Para Spinoza, ni el ser humano ni ningún ser de la naturaleza se escapa a la necesidad de materializar armoniosamente toda la potencialidad de su naturaleza.

Hechosdehoy / Fernando I. Ferrán
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I:  El problema. Una vez establecido en trabajos anteriores que Spinoza rompe con la dicotomía cuerpo-alma, espíritu-materia, y sobre todo expuestas las implicaciones de su afirmación axiomática: Deus sive substantia sive natura (Dios como substancia o como naturaleza), conviene entrar en materia de inmediato con esta pregunta:

¿Acaso esa sustancia termina siendo de naturaleza totalitaria o, por el contrario, se abre a la utopía democrática?

La pregunta es tanto más acuciante cuando se sabe que, según la profesora dominicana Elsa Saint-Amand Vallejo, -la lectura de cuya tesis doctoral[1] no me canso de recomendar-, la idea espinosista de la libertad coincide “con la más férrea determinación necesaria de las ocurrencias”.

Para explicar ese dilema entre utopía democrática y libertad, de un lado, y del otro lado una substancia monista, indivisible y uniforme, inicio la exposición prestando atención al dinamismo de toda realidad substancial.

II:  Dinámica. La libertad en Spinoza no tiene nada que ver con la autonomía individual y el libre albedrío judeo-cristiano. Su acepción de “libertad” coincide con la estabilidad, con la armonía dentro del marco político del Estado. Ni el ser humano ni ningún ser de la naturaleza se escapa a la necesidad de materializar armoniosamente toda la potencialidad de su naturaleza.

Así como la supuesta libertad del vuelo de los pájaros está determinada por las leyes de su naturaleza, por igual, para Spinoza, aclara la doctora Saint-Amandser libre no es estar indeterminado, sino estar auto determinado para actuar, dentro de un sistema necesario bajo el control de leyes naturales”.

Pero precisamente, esa predisposición y capacidad de liberación, de realizarse necesariamente según su naturaleza, la alberga y potencia la utopía, vivida de manera individual en el mundo político del Estado idealmente democrático.

III:  Utopía. Tal y como con razón destaca Francisco José Martínez, en el prólogo de la obra citada, “las posibilidades de liberación del ser humano es lo que constituye (el) lado utópico” de Spinoza.

En otras palabras, puesto que la realidad substancial espinosista es dinámica, capaz de perfeccionarse, de desarrollarse e incluso de incardinarse e integrar cada potencialidad en una multitud, puede hablarse de “utopía materialista”.

Utopía -“materialista”- porque lo sustancial constituye la totalidad y, como tal, no apela a algo fuera de sí y, para persistir en su plenitud, tampoco tiene necesidad de recurrir a un Dios providente o a algún plan teleológico externo a las leyes de la naturaleza.

Dicha realidad materialista es “utópica”, valga la tautología, a causa de la potencialidad intrínseca que todo ser natural, como el ser humano, tiene que realizar, materializar.

IV:  Individuo-Estado. Spinoza se diferencia de cualquier autor cuya perspectiva de análisis del mundo real dependa de una concepción ideal -lo que debe ser- o, por el contrario, de una concepción realista tipificada en el pensamiento de Maquiavelo o en el de Hobbes.

Resguardándose de ambos extremos, e -imbuido siempre de la inmanencia de su concepción de la Substancia- recurre a su concepción de la utopía en el campo de la política.
Según el filósofo holandés, en el mundo real de la sociedad humana no existe otra utopía que la democrática.

La democracia es el sistema político de un Estado político en el que la potencia unificada de la multitud llega al poder y por eso mismo promueve el desarrollo de una naturaleza humana superior. La ventaja superior de este régimen político reside en el despliegue efectivo de un mundo real en la que los objetivos individuales no implican daños a otros seres humanos.

En un escrito de juventud, Tractatus brevis, estando aún influido por el Banquete de Platón, Spinoza afirmaba que el amor (platónico) nos es esencial. A pesar de lo cual, no escapa a una lectura atenta que esas páginas dejan traslucir en el primer párrafo de la obra filosófica cierto influjo de Nicolás Maquiavelo. Al igual que el florentino, declaraba que no pretendía escribir ninguna utopía, pues no hay que tomar a los hombres tal y como deben ser, sino tal y como de hecho son.

A partir de ese momento se comprende el esfuerzo espinosista por reconciliar metódicamente lo ideal con lo real, lo que es con lo que debe ser, por medio de su concepción de lo que es una utopía democrática, por antonomasia materialista, pues supone la realización de la potencialidad de los individuos, y utópica, por la plenitud de Dios o lo que es lo mismo de la Naturaleza o de la Substancia inmanente en y para sí, por sí misma.

Con ese desafío intelectual por delante, años más tarde, en la obra cumbre de su madurez intelectual, Ethica, Spinoza incorpora la teoría del derecho natural y del contrato político de Hobbes. Su concepto de derecho natural es de tono netamente naturalista. «Por derecho natural entiendo yo las mismas leyes de la naturaleza o las reglas según las cuales todo acontece, es decir, la fuerza de la naturaleza».

Las implicaciones son significativas e inequívocas. Ambos, sujetos humanos y objetos naturales, están igualmente reducidos a una sola y misma realidad. De no ser así, las leyes que los rigen no serían las mismas. Esta concepción dista de los que parece ser un axioma en el pensamiento contemporáneo. Según éste, los objetos analizados por las ciencias naturales distan de poder ser confundidos con los seres humanos que estudian las disciplinas sociales. No son intercambiables, confundibles ni reducibles entre sí.

Pero si para Spinoza el mismo derecho, con sus leyes y reglas, es común a todo lo que existe, no es porque él no supiera de las diferencias, sino que su interés se focaliza en rescatar el dinamismo inalienable de la única Substancia o Naturaleza o Dios inmanente a y en todo. Incluso, en el régimen democrático del Estado político.

¿Dónde queda parada en esa concepción la utopía materialista y democrática?

Siguiendo a Hobbes, el Estado político según Spinoza descansa en una pura convención. Ni la ley ni el derecho, la justicia, la costumbre y la moralidad tienen existencia previo advenimiento del Estado político. Dadas las condiciones de incivilización del estado de naturaleza, los particulares tienen que pactar y concertar entre sí para limitar sus caprichos, vilezas y ambiciones desmedidas.

Solo que, distanciándose del filósofo inglés, Spinoza no cree que con dicho acuerdo el individuo haga a la comunidad una cesión definitiva de sus derechos naturales. El Leviathan arbitrario y autoritario no tiene cabida en su sistema filosófico.

El individuo espinosista siempre puede volver a reclamar el consentimiento que ha voluntariamente otorgado a otros, si así se lo exige su instinto de conservación, de modo que sus derechos naturales son intransferibles y aseguran un proceso constante de democratización.

Ese subterfugio, salvaguarda la potencialidad inherente a la utopía democrática de Spinoza. Ahora bien, aun cuando quiera asumirse que basta con ella para cubrir el amplio espectro de realidades que cubre el término “democracia”, es hora de retomar en este somero recorrido del pensamiento espinosista la que a mi entender es la cuestión de fondo.

A causa de la unicidad indivisible de la substancia, tal y como se manifiesta en la vida cotidiana de todas las creaturas, e incluso y sobre todo en medio del Estado democrático, qué o quién es el verdadero actor en el gran teatro de este mundo, ¿el sujeto humano o un gran hermano impersonal denominado Dios o Substancia y que, por eso mismo, necesariamente se expresa por medio de seres naturales cuya libertad no es más que necesidad?

Dejo la pregunta en suspenso y trataré de responderla en una próxima entrega.    

 


[1] Saint-Amand Vallejo, Elsa: La Utopía Materialista de Spinoza, Santo Domingo, Editora de la UASD, 2018.
 


Fernando I. Ferrán

Investigador y profesor de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra, en Santo Domingo, República Dominicana. Tiene una maestría en Antropología Social, en la Universidad Loyola de Chicago, Estados Unidos, y un doctorado en filosofía en la Universidad de Lovaina, en Bélgica.

Ha sido editorialista y director del periódico El Caribe, director corporativo de la Unidad de Inteligencia de VICINI -hoy Inicia- y director de Inteligencia Diplomática de la Cancillería dominicana. También, en Costa Rica, profesor – investigador del Centro de Investigación y Enseñanza, CATIE, del sistema interamericano.

Es autor de diversos estudios antropológicos y de filosofía, en y fuera de la República Dominicana, así como de artículos periodísticos y técnicos en publicaciones especializadas. 

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