Todo el merecimiento era suyo después de haber entregado en los días previos sendas tarjetas de 66-66-65: -13 bajo par.
Sin embargo, tantos los libros sapienciales como las fábulas, señaladamente la Fábula de la Liebre y la Tortuga, previenen contra el exceso de confianza. Del Sirácida es la sentencia “A muchos ha desviado la excesiva confianza”.
O, como dice el Quijote “cada uno es artífice de su propia ventura”. Podríamos decir que gobernar la victoria es cosa de sabios, que las derrotas se administran solas. También Shakespeare se refirió a este asunto cuando pone en boca de su Julio César esta admonición “la culpa, querido Bruto, no está en nuestra estrellas, sino en nosotros mismos”. Lástima que el general romano no se aplicase a sí mismo este alto pensamiento.
Total, todo este rollo introductorio para acabar diciendo lo que es cultura de toda la vida en estas tierras andaluzas: “camarón que se duerme se lo lleva la corriente”.
Y a Rickie Fowler se la había puesto cara de camarón cuando se dejó tres golpes en tres hoyos: bogey al hoyo 4 y doble bogey al hoyo 6. La diferencia de seis golpes se había reducido a tres. Levantó cabeza con birdie en el hoyo 8, pero hubo de humillar con otro para acabar con +3 al término de los primeros nueve hoyos.
En esa fracción del recorrido Rickie Fowler se ponía con un acumulado de -11 y sacaba solo dos golpes a Gary Woodland que al mismo instante hacía birdie el hoyo 11.
El viento del Atlántico cantaba con Mecano “En la fiesta me colé”. Y se puso a trabajar barriendo las calles y la rápida hierba del green. También se llevaba la concentración de alguno. Sergio García parece que fue uno de esos, pues el putt no funcionó como debiera y tres bogeys seguidos – hoyos 10, 11 y 12 – le dejaron en un acumulado de -4, lejos del Top 10.
Peor le fue a Rafa Cabrera Bello: +4 en el día y -1 en acumulado. No era un día propicio.
Cuando los que si tenían el día cara comenzaban su tercio de cierre los camarones despertaron y Rickie Fowler, manejando el putter con maestría hizo birdies a los hoyos 12 y 13: volvía la diferencia de tres golpes sobre Gary Woodland. Ya no había exceso de confianza, ni confort en el juego. Y Rickie, no sé si por el susto o por la mente despierta, trabajaba con astucia y tenacidad los golpes. “la diligencia es madre de buenaventura”, estaría pensando con el Quijote el americano.
Por ejemplo el difícil hoyo 15, un par noventa porciento agua y diez por ciento green, lo jugó de maravilla, para hacerle un par suficiente. Pero aún mejor le fue en el hoyo 16 y por doble partida. Su segundo golpe lo dejó a un metro de la bandera. Su birdie ahí en ese hoyo lo hizo segundos después de que Gary Woodland en el hoyo 17, diera tres putts pata hacer bogey. La diferencia de golpes a favor del líder saltó de tres a cinco golpes a sólo dos hoyos del final.
La suerte estaba echada. La habilidad estaba descontada y el triunfo en el bolsillo. Y por si todo eso fuera poco, Gary Woodland se empeño en hacerlo mayor. En el último hoyo este gran golpeador tiró dos cosas al agua: su bola y cualquier remota posibilidad de vencer al californiano.
Rickie Fowler permanecía, no obstante concentrado, como es habitual en él. Puede engañar a algunos su cara e crío, su persistente fidelidad inocente a su Universidad d Oklahoma, cuyos colores impuso a su patrocinador Puma; puede despistar su extrema educación y cortesía en el campo – ¡qué silencios que tanto le hablan en el interior -, y también puede distraer que en sus diez años de profesional sólo haya ganado tres torneos del PGA Tour, pero este chico, nacido en Murrieta (California) está el número 14 del ranking mundial.
Desde el lunes el rastro de respeto que dejará nos servirá a todos para hacerle un seguimiento menos frívolo y acaso, más certero. También ahora llegará a pensar con Shakespeare lo que en su Enrique VI ponía en boca de Salisbury: “el orgullo va por delante; la ambición le sigue”.