¿Os quedasteis con más ganas de Omán la semana pasada? Pues que nadie se preocupe que hoy os cuento más sobre este fantástico país. Si no leísteis el post anterior sobre el pincho moruno y la mantis religiosa en Omán, haced click aquí para entrar en calor. ¡¡Seguimos!!
Otro de los lugares que más nos gustaron, aparte de Wadi Shab, fue Musandam, en el Estrecho de Ormuz.
Es la región de Omán que queda más al norte y está rodeada por territorio de Emiratos Árabes Unidos. Es un lugar estratégico como pocos ya que por este angosto estrecho pasan todos los días más de 17 millones de barriles de crudo y supone el paso de petróleo más importante del mundo.
Cuando nosotros estábamos allí fue precisamente cuando Irán (el país que te saluda al otro lado del estrecho), amenazó a EE. UU. con poner un tapón y así cortar el flujo de los buques petroleros. Si eso hubiese llegado a suceder, lo habríamos flipado todos pero “muchito”. Nosotros en concreto porque nos habríamos visto envueltos en un conflicto bélico de calado con nuestras cámaras colgando y todos, en general, porque el abastecimiento de petróleo se habría visto interrumpido afectando a la mayoría de los países que lo importan creando un caos importante.
Afortunadamente ¡eso no ocurrió! Imaginaos, en bañador, sólo con la cámara para defendernos, pues no… No son formas esas de ir a la guerra…
Al margen de conflictos políticos, el Estrecho de Ormuz se manifiesta con vistosos fiordos y un paisaje árido espectacular. Las visitas están relativamente bien organizadas y te puedes dar un paseo en barco por allí entre cojines y otras comodidades o saltar del barco y nadar hasta la costa. Suena todo muy bonito pero a nosotros nos costó llegar un huev… De hecho, más que una aventura fue una odisea al más puro estilo 007.
No fuimos desde la capital, Mascate, sino que aprovechamos otra ocasión, en la que estábamos en Dubai pasando unos días, para volver a Omán. Nos apuntamos a un grupo organizado para hacer el viajecito y compartir el transporte. Facilón el tema. Nada más lejos…
La mañana en la que salíamos, nosotros esperábamos a que vinieran a buscarnos temprano pero no venían… y no venían… y me tocó llamar a ver qué había pasado. Literalmente, se habían olvidado de nosotros. Así de claro. Aún así no llegaban y tuvimos que volver a llamar un par de veces más. Al final la lie parda y un rato después apareció un ruso en un "cuatro latas" vociferando que no sabía nada y que poco menos que le habían amenazado de muerte si no venía a buscarnos. Y así comenzó la odisea.
El susodicho nos montó en el “four cans” y, derrape incluido, se dispuso a recuperar las dos horas que habíamos perdido. A toda velocidad y jurando en ruso (nosotros en chino) atravesamos unos cuantos emiratos como si huyéramos de un brote de peste bubónica hasta llegar a la frontera con Omán horas más tarde. Allí nos soltó como a dos bultos y un coche omaní nos llevó hasta un puerto pesquero mientras el conductor juraba en árabe (nosotros en coreano en esta ocasión) sin acordarse del pedal del freno.
Allí nos esperaba una lancha rápida como esas que salen en la televisión que llevan fardos de hachís por el Estrecho de Gibraltar para evadir a la guardia costera. Los que la operaban, que estaban jurando en algún dialecto local, arrancaron dos motores fueraborda inmensos y salimos tan “escopetaos” que de la potencia casi damos una voltereta hacia atrás y nos quedamos sentados en el puerto. Íbamos agarrados a donde podíamos con los pelos en plan bandera, sujetándonos las gafas de sol, la mochila atada a la pierna y jurando en japonés.
Al final, con los ojos fuera de las órbitas, llegamos a nuestro destino. Nuestro barquito de paseo estaba plácidamente anclado a unos 100 metros de la costa y nuestro grupo disfrutaba plácidamente de la zona lounge árabe del barco comiendo uvas como Nerón. Nos miraban perplejos como si fuéramos un grupo de asalto del estrecho. Cuando abordamos la embarcación (corazón en boca y pelo estirado hacia atrás totalmente horizontal), nos avisaron de que ya en poco tiempo partíamos de vuelta… En fin… a disfrutar lo que quedaba… el paisaje es potente, la zona conflictiva y la experiencia para nosotros, de locura.
Yo me tiré al agua y nadé hasta la costa como si me persiguiera un tiburón (entre que nos íbamos en breve y el subidón de adrenalina…). También nos tiramos en el barco como Nerón el tiempo del que dispusimos y todo el camino de vuelta contemplando el mar y los fiordos mientras bajaba una espesa niebla. ¡Incluso pescamos! (bueno, lo intentamos porque no picaba niente).
El barrilillo lejano que se ve en la foto de la playa (la primera) soy yo aunque hay que tener buen ojo para verme (más por la lejanía que por lo barrilillo)… y la foto en la que se me ve sentado que no parece tener ningún interés, la he puesto porque se me ve el brazo derecho como cachas, ¿no? parece el izquierdo de Nadal…
Como os dije la semana anterior, Omán ofrece esto y mucho más… Viajes a lo profundo del desierto de Rub’al Khali (el desierto de arena continua más grande del mundo), asistir a carreras de camellos y hasta ir en busca de incienso y mirra en Salalah entre otros. ¡Sí, sí, mirra, la famosa mirra que casi nadie sabe qué es! Pues allí la tienen… Pero eso ya será en otra ocasión porque por hoy hemos terminado… y la semana que viene le daremos la bienvenida a otro destino total…
Si quieres leer sobre más países de Oriente Medio, no os perdáis Yemen, Kuwait, Irak o el post anterior de Omán por si no lo habéis leído a estas alturas del partido.
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