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SINFONÍA DE LA NOCHE

Oí ladrar perros y me desvelé mientras la neblina lo cubría todo

Laika fue la primera en llegar. Después apareció Buck y por último Jack. La bóxer me pidió que la acariciara, los labradores me invitaban al combate. Los seguí.

Hechosdehoy / Camilo Venegas
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Oí ladrar los perros y me desvelé. Primero no le di importancia. He visto a Jack atacar, feroz e inútilmente, a una nube de luciérnagas. Aunque Buck es menos impetuoso, también suele reaccionar cuando algún sonido desentona en la sinfonía de la noche.
 
A diferencia de los dos labradores, Laika es más silenciosa. Bóxer al fin, solo se aleja de los alrededores de la casa cuando entiende que la amenaza es real y debe actuar. Desde la cama les pedí que se callaran y lo hicieron por un rato. Pero cuando me estaba volviendo a quedar dormido, comenzaron a ladrar otra vez.
 
Primero miré el reloj. Las 3:15 de la mañana. Luego busqué, aún con la vista nublada, la columna de mercurio del termómetro. 13 grados Celsius. Una temperatura muy fría para un caribeño desvelado. Por último, miré por la ventana en dirección a las luces del pueblo. La neblina lo cubría todo.

 

Me abrigué y salí al portal. Laika no estaba junto a la baranda. Es lo que siempre hace cuando oye que me he levantado. Eso me preocupó. Algo, más allá de una nube de luciérnagas o un sonido discordante, debía estar ocurriendo. Me puse las botas, busqué una lámpara y me hundí en la neblina.

 

Laika fue la primera en llegar. Después apareció Buck y por último Jack. La bóxer me pidió que la acariciara, los labradores me invitaban al combate. Los seguí. Laika y Buck se mantuvieron junto a mí. A Jack lo oí corriendo sobre el puente de madera antes de ponerse a ladrar otra vez.

 

Del otro lado de la cerca, entre la neblina, distinguí dos caballos. Sentí que Jack se molestó conmigo porque no estaba tan incómodo como él con los moradores. Cuando volvía a la casa recordé el cuento de Juan Rulfo: “Tú que vas allá arriba, Ignacio, dime si no oyes alguna señal de algo o si ves alguna luz en alguna parte”.

 

Ya sin sueño, me senté en la terraza a esperar por el café. En el monte que hay junto al palo amarillo, podía distinguir a las aves durmiendo. La luna venía saliendo de la neblina cuando me puse a releer algunos párrafos de El llano en llamas. Todavía no eran las cuatro. 
 

Oí ladrar los perros y me desvelé.

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