Las aguas del Mediterráneo han seguido arrojando más cadáveres a las dos playas de Ceuta, la Ribera y la Almadraba. Se elevan a quince las víctimas en nuevo balance del momento en que 250 subsaharianos intentaron entrar a nado en la ciudad autónoma después de haber probado suerte por tierra, por el paso habilitado para los porteadores así como por la frontera del Tarajal.
Inicialmente el delegado del Gobierno en Ceuta, Francisco Antonio González, y el director general de la Guardia Civil, Arsenio Fernández de Mesa, dieron una versión de lo sucedido. El propio ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, les tuvo que rectificar. La realidad, que ya habían adelantado las ONG y los inmigrantes, fue que la Guardia Civil les disparó pelotas de gomas y gases lacrimógenos. Textualmente, como han aseverado estos testimonios, les dispararon "como a pollos" (ver en Hechos de Hoy, El PSOE contra director de la Guardia Civil y delegado en Ceuta).
Duele que en este suceso, tan delicado y grave, se haya faltado a la verdad. Para Cecilia Malmström, comisaria del Interior, estos sucesos de Ceuta son lacerantes por el atropello que suponen de derechos humanos. La comisaria ya señaló en su momento que las concertinas son un alambre de cuchillas y que estas tragedias son inadmisibles para los principios de derechos humanos, igualdad, libertad y justicia de la Unión Europea. Ceuta hoy, y ayer Lampedusa, aparecen como episodios sobre los que el papa Francisco no se calló denunciando que estas muertes son una vergüenza para Europa.
Mariano Rajoy, antes de llegar a La Moncoa, viajó detenidamente por ciudades y pueblos de España. Buscaba entonces votos, ahora evita las censuras. Es una lástima que haya perdido sus buenas costumbres de ver y escuchar los problemas. La vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría, tras el último Consejo de Ministros, recordó que la Guardia Civil salvó y atendió en 2013 a 3.500 inmigrantes, y a 172 este año. Pero episodios como el de la tragedia del Tarajal no se pueden volver a producir. Urge revisar la Ley de Extranjería. Y es una exigencia el respeto escrupuloso a la veracidad por parte del ministro de Interior -que reaccionó esta vez de manera correcta- como del director de la Guardia Civil, quien quedó en evidencia.
Es una barbaridad injustificable lanzar pelotas de goma y cartuchos de fogueo sobre quienes necesitaban ayuda. De una vez, y debe conocerse bien en Bruselas, hay que subrayar, como hizo el ministro de Interior en el Congreso, la muy especial situación de Ceuta y Melilla, las únicas fronteras terrestres de Europa occidental con África.
Pensar que la dureza va a poner coto a la presión de la inmigración en África, o a acabar con el negocio abominable de los negreros no es realista. La cuestión no es sólo la de quedarse en la emoción en tragedias como las de Lampedusa y Ceuta. Bruselas debe trabajar con cada país, y de forma conjunta con los miembros de la Unión Europea, para establecer el principio, y afrontar el problema en cada escenario, de que los inmigrantes -hombre, mujeres, niños y a veces hasta abuelos- son personas humanas en busca de su dignidad arrebatada y no delincuentes sobre quienes se dispara.