¿Experiencias y aventuras para no olvidar nunca? ¿Montaña, energía y colores? Perú es genial lo mires por donde lo mires. Más aún cuando tiene uno de los trekkings más especiales del planeta, El Camino del Inca y una de las siete maravillas del mundo, Machu Picchu. Pocos países en América del Sur pueden decir lo mismo.
No soy muy dado a escribir sobre países que no sean especialmente remotos pero es que Perú es mucho Perú y es un viaje que recuerdo con mucho cariño. No ya sólo por lo que vi y experimenté, que fue mucho, sino también por haberlo hecho con unos amigos fantásticos.
Dejamos entonces Omán y las excursiones estresantes de hace siete días ¡y nos vamos a Sudamérica!
Se podría escribir mucho sobre Perú así que hoy me voy a centrar en el Camino del Inca y en Machu Picchu que lejos de ser un abreboca, es un plato fuerte como pocos en el continente. Otro día os cuento más cosas, no os preocupéis.
La mayoría de los trekkings en el Camino del Inca nacen con una breve estancia en Cuzco y, la verdad, tremendo comienzo. Es de esos lugares mágicos en los que no te importaría quedarte unos días o unas semanas más o ¿porqué no? unos mesecillos… para mí tiene un aire a la magnífica ciudad de Antigua en Guatemala. La arquitectura colonial, la amabilidad de las gentes, su animada vida nocturna… Una delicia… pero vamos al grano con pelo…
Una de las entradas al Camino se encuentra en Ollantaytambo (a unos 80 km de Cuzco) y allí comienzan cuatro días que dudo mucho que podáis olvidar jamás. El plan es muy sencillo: durante el día, caminar y caminar sin parar, por las noches, campamento o refugio. El paisaje es espectacular y supone un reto físico para la mayoría aunque no es tan fuerte. Cualquier persona sana que se lo proponga lo puede hacer. De hecho, yo vi desde gente muy joven hasta gente muy mayor. Cada uno a su ritmo, cada uno con sus motivaciones y todos llegamos al final.
La comida te la llevan unos simpáticos y bajitos porteadores que corren que se las pelan. Cuando llevas tú andados 15 km del segundo día por la montaña y vas con la lengua fuera, se oye de lejos: “¡¡¡pooooorrrrteeeeeerrrrrrr!!!” (porteador en inglés) y te pasa como una bala un hombrecillo con un saco de tres veces su tamaño a la espalda por el que asoma una bombona de gas, tiendas de campaña y 18.000 cosas más.
Claro, uno piensa: “Pero… ¿qué estoy haciendo yo mal?“. Reitero lo de “uno piensa” porque uno no puede ni hablar de lo exhausto que está y el porteador, que previamente se ha ido a Ollantaytambo a comprarse unas pipas de calabaza y ha vuelto a cambiarlas dos veces porque estaban pochas, te ha pasado como una exhalación cantando El Cóndor Pasa en Do bemol y sin desafinar.
Para que os hagáis una idea, son unos 43 km y lo normal es hacerlo en cuatro días con esas súper zapatillas que te compraste para el evento y tras entrenar unas semanas antes para estar en forma. Estos porteadores lo pueden hacer en algo más de tres horas. Repito: ¡TRES HORAS! Evidentemente están hechos de otra pasta. Bueno, en este caso de espagueti porque están todos bastante flacuchentos.
Lo bueno es que ellos llegan mucho antes que tú y cuando llegas medio arrastrándote, ya tienen el campamento montado y la comida hecha. Y así todos los días.
Con diferencias de altura globales entre los aproximadamente 2.600 m y los 4.200 m, los desniveles diarios no son moco colgante de pavo. No es como subir el Everest pero es exigente. Eso sí, lo que tiene de exigente lo tiene de divertido y apasionante.
No todos somos iguales físicamente y algunas personas (no necesariamente las menos en forma) pueden sufrir mal de altura ¡ojo! en mi grupo (en el que yo era el menos deportista de todos) yo fui el único que no padeció ningún tipo de síntoma. Yo aproveché la ocasión para soltar un sonoro: “¿Veis? ¡hacer tanto deporte no ayuda!” y ellos me miraban aturdidos con sus dolores varios. Pero afortunadamente nadie sufrió en exceso. Una solución local que te ofrecen allí es mascar hoja de coca. Sí, de coca. Te adormece la boca y supuestamente ayuda a paliar el mal de altura. Yo me metí el arbusto entero en la boca y, oye, mano de santo.
Los días pasan entre desfiladeros, precipicios, escalinatas de piedra de ensueño, bosques, vistas impresionantes, risas, esfuerzo, buena comida y excelente compañía. El último día es algo diferente. Por primera vez vas a dormir cerca de un refugio que tiene bar y hasta un baño (algo que no habrás visto previamente a menos que los hayan instalado recientemente). Aunque cuidado con el baño porque… La cola de estreñidos es interminable, las paredes y el suelo no son blancos sino de un marrón sospechoso, la puerta del toilette tiene tantos agujeros que puedes seguir viendo perfectamente la cola cuando estás dentro y no tiene cerrojo y por detrás, arriba, hay ventanas y gente pasando (y mirando).
Para rematar, la última vez que se tiró de la cadena, Atahualpa estaba vivo. Vamos, que no es el baño soñado, dorado, reluciente y lejos de la civilización que uno desearía en ese momento. El caso es que tienes que tomar decisiones. O bloqueas la puerta con una mano (aunque te siguen viendo) y con la otra tapas la ventana, o tapas la ventana y con la otra te sujetas el pantalón para que no toque el suelo o… en fin, decisiones y que salga el sol por Antequera.
El refugio es un lugar para celebrar el reto y prepararse para el día final. Un día en el que te levantarás a las 02:00 am para llegar a la Puerta del Sol al amanecer, caminar entre llamas y después llegar a uno de los lugares más mágicos de América del Sur: Machu Picchu (montaña antigua).
Llegar a Machu Picchu… Por cierto, ¿cómo era el chiste? Ah, sí… “No es lo mismo ‘Las ruinas de Machu Picchu’ a que venga un Machu, te meta el Picchu y te arruine…”. Perdón, no lo he podido evitar… Decía… Llegar a Machu Picchu por la montaña es una experiencia única.
Nuestro guía, nada más llegar y sin dejarnos ver nada, nos sentó, nos cerró los ojos a todos y nos empezó a hablar pausadamente del lugar, de su historia, de sus leyendas, de su energía. Nos dejó flotando durante unos hipnóticos segundos y finalmente dijo: “Abrid los ojos… Bienvenidos a Machu Picchu…“. A mí se pusieron los pelos de las orejas como la espada del Capitán Alatriste. Gracias, amigo guía, nunca lo olvidaré ese momento.
La vista es imponente. Mil rincones por explorar, templos por conocer, secretos por desvelar, rituales por descifrar, caminos por recorrer y al final, observadora, la omnipresente Huayna Picchu (montaña joven) dominándolo todo. Aunque ya las piernas no te dan muchas opciones en ese momento, son muchos los que se aventuran a subir hasta la cima. Yo no sentía las ingles pero me daba igual.
Tras otra hora de ascenso casi vertical, llegamos a la cima. Curiosamente, hay templos incas también en cuevas y en la cumbre de la montaña. Increíble. Si vais, prestad mucha atención porque un resbalón no lo cuentas y no seríais los primeros. Nos empezó a llover allí arriba pero no importaba porque lo que nuestros ojos trataban de digerir, sumado a lo vivido los cuatro días anteriores, ocupaba nuestras mentes.
Y llegó la hora de dejar Machu Picchu y, como colofón a tan intensa experiencia, cogimos el Inca Rail (tren) para volver a Cuzco. Un recorrido para compartir anécdotas, no mover las piernas durante un rato y mirarnos a los ojos con la certeza de que nunca olvidaríamos aquella aventura.
Por hoy os dejo pero como os decía hace un rato, Perú es mucho Perú…
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