Estábamos trabajando juntos desde nuestro primer cortometraje. Yo había ido a España a estudiar leyes y me absorbió el sedicioso embrujo del séptimo arte, inducido por el carisma creativo de la nueva compañera de habitación de la residencia de estudiantes. Chilanga ella y tapatío yo, debatíamos en las excelencias de nuestros lugares, mientras, por dentro; los añorábamos en silencio. Queríamos volver a visitar nuestra tierra y poder ver a nuestras familias, pero los premios, en principio, y los compromisos con la productora que nos contrataba después, no habíamos podido cumplir el sueño de rodar una película en nuestro querido México. En el momento de narrarles esta historia estoy boca arriba en mi cama, excitado de que mañana, por fin, comenzamos el rodaje de su nueva película.
Ella, como directora, es brillante. Los premios lo avalan. Pero, desde aquel día que la conocí en el angosto y desvencijado piso de estudiantes en Madrid, la he amado en silencio. Dejé mis estudios y me decidí a aprender cine para estar siempre a su lado. Me siento orgulloso de ser parte importante de los logros artísticos que ha obtenido en todo este tiempo. Ser su ayudante de director me encanta, me empodera y disfruto viéndola sacar esa sonrisilla al decir “¡corten!”, cuando sabe que va a dar el plano por bueno.
Llevamos juntos una década de trabajos, pero este proyecto es diferente a todo lo que habíamos hecho anteriormente. Aquí se la juega. Con sus ahorros se ha arriesgado a financiar este proyecto, el más íntimo que ha intentado. Y hacerlo en su casa, al lado de donde había vivido toda la vida. De vuelta al barrio dela Merced en que creció y donde todavía vive su familia. Al principio no entendía el porqué de elegir esas localizaciones, que las podría haber seleccionado en cualquier sitio de España. Seguro que tiene una finalidad que no me ha contado. Creo que pretende sentir sus primeras emociones de juventud y transportarlas a la película.
No dejo de estar extrañado de su comportamiento, ya que nunca ha tenido secretos para mí. Soy el hermano, el confidente, el apoyo que sustenta su fuerza y el canalizador de sus emociones. No entiendo por qué, en la preproducción de este proyecto, solo me ha ido contando los detalles técnicos. Nada de emociones. No es la primera vez que, para recrear los barrios antiguos de México, vamos a las Islas Canarias que se parecen visualmente.
Pero esta vez, no, esta vez quería estar con los suyos en los sitios donde tantas historias de su niñez me había contado. Y ahí estaba yo para, en silencio y amor abnegados, ayudarla a cumplirlo. Y siento que también estoy viviendo mi dosis de reconectar con la cultura y antepasados que llevo dentro. Por ejemplo, yo que colecciono alebrijes, he podido sacarme fotos con algunos originales de Pero Linares, quizás otros preferirían una foto con Luis Miguel, pero yo, hoy, dormiré feliz por el emotivo acontecimiento y porque conocí, de primera manoel inmenso mercado de La Merced del que tanto me había hablado en nuestros años viviendo en España.
Día primero de rodaje en la capilla del Señor de la Humildad. Siempre me había hablado mucho de ella. Me contó que jugaba con sus amigas en la mismísima puerta y, tanto me la había nombrado que, al entrar en ella, era como si ya la hubiera visto antes. Tan ínfimamente pequeña, tan pequeñamente íntima. En el guion, una pecadora arrepentida se arrodilla ante el altar y pide un canje a su “diosito” que mucho la ha ayudado en los infortunios de la vida. A cambio de que le conceda la aprobación del amor de su vida, ella dejaría de hacer el trabajo que impide esa relación. La conozco lo suficiente como para saber que es ella misma hablando en boca de la actriz. Después de leer el guion cuarenta veces sin encontrar respuesta, ahora, al oírlo en directo, acabo de caer en la cuenta de que se está planteando dejar el cine por amor. ¿Por amor de quién? ¿Qué está pasando?
Al final del primer día de rodaje, la vi feliz. Yo, abatido, y con una extraña sensación de que sabía que la estaba perdiendo. Aun así, enamorado, me alegraba por ella. O eso me quería hacer creer a mí mismo. En la noche, el pequeño equipo de filmación, acostumbrado a ser una cincuentena y que esta vez sólo éramos ocho; cenábamos juntos. Ella estaba radiantemente sonriente. Era como si se hubiera liberado de una carga. Esa secuencia era una piedra que llevaba cargando en soledad, demasiado tiempo. Cómo echaba de menos comer en el mercado y de que nuestros compañeros de rodaje españoles conocieran el verdadero México, no el de los turistas. Les veía comer tan encantados, que yo también era feliz.
Tras las mejores enchiladas con mole que probaba en mucho tiempo, me pidió que la acompañara, de nuevo, a la capilla donde habíamos estado todo el día haciendo planos. Le dije que esperara, que llevaría la libreta de notas para apuntar todas las sugerencias que fueran necesarias. Me dijo que no, que necesitaba una conversación más personal. Si va a contarme que abandona todo el esfuerzo que hemos hecho juntos durante tantos años, creo que debería esperar a finalizar el rodaje. Digo yo. Pero nunca supe decirle “que no”, a nada. Nos encaminamos hablando nimiedades. Al llegar a la fachada se sentó en el suelo, justo en el sitio donde antiguamente estaba emplazada la fuente, según me dijo.
Antes de darme tiempo a preguntarle lo qué hacía en el pavimento, me dijo que me sentara con ella. Me entenderán que dije que sí. Me contó que, en esa fuente, ella dio su primer beso a un niño que estudiaba con ella. Sonreí un poco ridículo, pero expectante. Me dijo que esta sería su última película como directora y que quería que la siguiente la dirigiera yo. Me veía capacitado para hacerlo, pero no me vi venir su proposición y me descolocó bastante. Y, entre la oferta y esa mirada que ponía cuando sabía que me había dado una estocada, balbuceé un “ya, ya vamos viendo, si eso”. Y si estaba mortalmente tocado, cuando dijo que “yo seré tu ayudanta de director”, terminó de rematarme. ¿A que me despierto ahora?, pensé. Intenté decir algo que, seguro que hubiera sido totalmente incoherente, pero me selló los labios con los suyos con la velocidad de la que sabe lo que está haciendo. Con ese beso, volví a nacer, se lo juro.
Anoche, dormimos juntos. Desperté el hombre más feliz del mundo. Entendí por qué no quería tener rodaje el segundo día, aunque encareciera los costes de la película. Lo tenía todo planeado desde el principio. Dedicamos el día a hablar y, si la noche fue surrealista, el día lo fue mucho más. Cuando, después de sellar nuestra relación de futuro, me contó que quiso rezarle al Señor de la Humildad para que le diera la suficiente fuerza para hacerme entender que éramos iguales. Me contó que, aunque yo había demostrado durante todos estos años que no la amaba, no tenía que verla como una jefa si no como una amiga. Ella me veía lejanamente inaccesible y, yo, enamorado de ella sin habérselo demostrado nunca.
Necio es el que teme preguntar, porque siempre ignorará la verdad. Esa frase de mi abuelo me retornó a la cabeza. Los dos enamorados el uno del otro, sin saberlo. ¿Se podrá ser más emocionalmente torpes? La película, seguramente no se estrenará en los cines, solo en pequeñas salas de amigos. Y, ahora, después de desposarnos, acometeremos la mejor obra que hayamos hecho y le pondremos de nombre Mercedes, en honor al barrio de La Merced dónde nos dimos el primer beso. Y, después rodaremos nuestra siguiente película. Sí, ella de directora y yo de ayudante. Si nos enamoramos así, podremos seguir haciéndolo por siempre.
Luis Alberto Serrano
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