¿Dónde? ¡En el Sultanato de Omán! No hace falta en absoluto meterse en todos los berenjenales en los que me meto yo para encontrar lugares que realmente merecen la pena. ¡¡Bienvenidos a Omán!!
Con todo lo que está ocurriendo en esta región del planeta (y lo que nos afecta a nosotros en Occidente), disponer de un país de estas características es un lujo. Aprovecho la ocasión para transmitir mis condolencias a Francia en su conjunto por la terrible tragedia acontecida este fin de semana del 13 de noviembre. Uno ya no sabe qué pensar pero es profundamente devastador. En fin…
Así que abandonamos los millones de medusas de Palaos con las que nos sumergimos hace unos días y nos teletransportamos (a ver cuando lo inventan, ¿no?) a la Península Arábiga.
Omán, aparte de sus maravillas naturales, culturales y arquitectónicas, es un país estable y de esto no pueden presumir muchos de sus vecinos actualmente. El de arriba siempre va con tacones a las 2:00 am, el de la puerta de al lado pone la televisión a todo volumen y, en general, el edificio entero está de fiesta permanente. ¡Una pena porque países como Yemen son verdaderas joyas! pero bueno, es lo que hay. Vámonos…
Como en muchos de los países de la zona, en éste la población es muy amable y hay mucha arena. Pero mucha, mucha. Desierto por todos lados y muuuuuuchos kilómetros de costa también. Así que lo mismo te pones en plan beduino que te pegas un chapuzón en el mar. Genial, ¿no?
En esta ocasión me acompañó mi hermana Lara a la que siempre le han fascinado este tipo de países. Se lo pasa pipa y yo, por supuesto, también. Para empezar, nos dimos una buena vuelta por la capital de país, Mascate (o Muscat). Aunque no es la ciudad más impresionante de la península, tiene algunos lugares interesantes para visitar como el fuerte portugués, el mercado de Muttrah y especialmente, para mí, la gran mezquita. Preciosa de verdad.
No se puede comparar con los Emiratos Árabes Unidos o Catar pero Omán ha comenzado a ver su propio desarrollo en infraestructuras. Si bien es cierto que a algunas partes del país no es tan fácil acceder (como en todos), a muchos lugares de interés se puede llegar sin mayores problemas.
Uno de los lugares que más me impresionó fue Wadi Shab. Cañones, desfiladeros, oasis y pozas de agua de color turquesa en medio del desierto. Tras un par de horas en coche desde Mascate y por la costa te encuentras con esta maravilla de la naturaleza. Hay que caminar, claro está, pero cada rincón es un regalo. No sabíamos muy bien qué tan largo era el camino así que terminamos en plan “¿falta muchooooo?” cada cuatro pasos.
Cuando llegas al área en la que empiezan las pozas no tienes más que quitarte la camiseta (o el frac, cada uno que vaya como quiera), hacer como que marcas pectorales y tirarte al agua cristalina.
Nos dijeron que se podía llegar hasta el origen del agua que creaba tan espectaculares pozas y aunque mi hermana prefirió quedarse como lagartija al sol, yo me puse el reto por delante. De poza en poza, me puse en camino pero no se puede sólo caminar sino que hay que hasta nadar por un desfiladero cada vez más estrecho y pozas cada vez más profundas. Yo me preguntaba: “A ver si me he equivocado de camino, porque esto no se acaba nunca, y me voy a encontrar con un cartel que diga ‘Bienvenidos a Arabia Saudí‘…”.
Tras mucho caminar y nadar, finalmente llegué. Para acceder a la última poza tuve que bucear entre rocas por las que casi no entraba. Si me llega a pasar algo, a ver quien me encuentra ahí en Wadi Shab… Pero saqué a relucir toda mi experiencia como hombre-rana y llegué a una especie de bóveda que dejaba entrar la luz por varios puntos y de la que emanaba agua por todos lados. Hasta tenía una cuerda atada a una roca para hacer el ganso (o para que no te ahogues). Tras hacer unos cuantos ecos a voces y dar saltos variados, decidí volver, no fuera a ser que mi hermana estuviera ya chamuscada como un pincho moruno.
En el camino de vuelta, recuerdo perfectamente como en una de las pozas casi me parto los dos brazos. Claro, yo veía el agua muy cristalina y las piedras debajo pero calculé mal. Me tiré en carpa cual saltador olímpico y, más que a chapoteo, aquello sonó a golpe seco en ambos antebrazos. Pegué un grito digno de una niña de cuatro años que nadie escuchó y resignado con una lágrima a punto de caerme por la mejilla, proseguí. Tampoco tenía nadie a mano a quién contarle mi desgracia. Cuando llegué, efectivamente, me encontré un pincho moruno y yo parecía una mantis religiosa con mis antebrazos levantados y paralelos al cuerpo con las manos caídas. Vamos, el Dúo Lenteja. Eso sí, había unos pececillos en el agua que te hacían cosquillas que eran una delicia…
No terminaba ahí nuestro día. De vuelta a la capital, comimos en un pueblecito pesquero en un mini-restaurante indio. Sinceramente, la mejor comida india que he probado en mi vida. Con las manos, y en un entorno peculiar, devoramos todo lo que nos iban trayendo. Se me terminó de caer la lágrima que traía de Wadi Shab. Algunos de los pueblos pesqueros de la región así como los de los oasis son de lo más pintorescos.
También fuimos a la playa de Fins donde estábamos solos. No es da las más paradisíacas del país pero está en el camino y es un paisaje salvaje. Más adelante, igualmente cerca de la costa, se encuentra el Bimah Sinkhole. Un cráter en medio de la nada con una poza cristalina al fondo. Es espectacular y son tan majos que hasta hay una escalera larguísima para llegar abajo (seguro que más de uno se dejó los cuernos rodando por ahí en el pasado). Como era de esperar, nos metimos en el agua. El lugar es algo surrealista y el agua está muy limpia. Mola, ¿eh?
¿Es o no es una forma fantástica de pasar el día? Pero Omán ofrece esto y muchísimo más… Desiertos, fiordos, etc, etc… aunque por hoy os dejo. Otro día os sigo contando sobre este país tan genial.
Si quieres leer sobre más países de Oriente Medio, no te pierdas Socotra en Yemen, Kuwait o Irak y no os preocupéis que escribiré sobre todos ellos ¡¡pero no tengo 10 manos!! y después de mi accidente en la poza, casi ni tengo.
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