La soledad letal en la década del morbo de The Walking Dead
La soledad en los países desarrollados está tomando carácter de pandemia. Puede ser letal y debería combatirse al menos con el mismo ímpetu con que se lucha contra el tabaquismo o la obesidad.
In restless dreams I walked alone Narrow streets of cobblestone (The Sound Of Silence, Simon & Garfunkel)
La solitudine che tu mi hai ragalato Io lacoltivo come un fiore (Canzone per te, Sergio Endrigo)
Una de la series que está teniendo más éxito esta década es Walking Dead (estrenará su 7ª temporada en octubre de 2016). De hecho, sólo pensar que podríamos estar rodeados de muertos-vivientes resulta espeluznante. Es una ficción acerca de la posibilidad física de la vida de lo muertos.
Pero frente a la ficción la realidad. Frente a lo físico lo espiritual. O mejor: el entrelazarse del dolor físico y moral de quienes sufren el real espanto del aislamiento, unos caminantes de la la soledad: unos Walking Loneliness ya están aquí, a nuestro lado, entre nosotros.
La soledad “atormenta al joven y aterroriza al anciano”, ha escrito Amis Ellis Nutt (Loneliness grows from individual ache to public health hazard, Washington Post. 31/01/2016). El documentado artículo de esta Pulitzer de Salud y Ciencia del diario americano, señala la preocupación de la comunidad científica por el aumento de la cantidad de personas solas y la repercusión médico-social del fenómeno: “Los científicos que han identificado vínculos significativos entre la soledad y la enfermedad están buscando los mecanismos biológicos precisos que hacen que sea una amenaza”.
Con aportaciones de médicos de la Universidades California (UCLA), Chicago, Cambridge (Massachusetts) y otros centros de investigación señala que el sistema inmunológico, la estabilidad cardiaca y las defensas frente a las metástasis cancerosas se ven afectadas en mayor medida por las personas solas.
La conclusión para la comunidad científica es que la soledad puede ser letal y que, en todo caso, debería combatirse al menos con el mismo ímpetu con que se lucha contra el tabaquismo o la obesidad.
Para el neurocientífico John Cacciopo (Universidad de Chicago), “tales cambios celulares son un subproducto de la evolución humana. Al principio, cuando la supervivencia dependía fundamentalmente de la cooperación y la comunicación, el aislamiento social comportaba un riesgo enorme. Así que la evolución del cerebro humano primitivo al deseo y la necesidad de la interacción social se produjo del mismo modo en que se formaba el cerebro para gestionar el deseo y la necesidad de alimentos”.
La soledad, en los países desarrollados, está tomando carácter de pandemia. En España más de 4,5 millones de personas viven solas (ABC Sociedad, 17/04/2015). Una pandemia silenciosa: los solitarios no hablan.
Pero en su interior va transcurriendo un viaje de deterioro vital y socialmente contagioso. “Hoy en día, el aislamiento social es a menudo un estilo de vida inevitable. Pero pone el cuerpo, a nivel celular, en alerta constante frente a una amenaza. Eso ayuda a explicar por qué las personas solitarias son más propensas a actuar negativamente hacia los demás, lo que hace que sea mucho más difícil para ellos para forjar relaciones”.
Esta soledad mórbida no se deriva directamente de vivir solo en casa; de hecho puede ser padecida por personas que están rodeadas de gente. Se trata aquí de esa soledad inevitable, o soledad impuesta de la que son víctimas niños y jóvenes abandonados, viudos y ancianos dejados en la cuneta de la vida, o la de esa persona a la que su pareja, con la herramienta de la indiferencia, le arrebata el orgullo de vivir unidos, le huye la mirada de amistad o sofoca la felicidad de crecer juntos por fuera y por dentro.
Ahí y en tantos hogares unipersonales se coge el billete para viajar del poco vital, a la nada y de la nada a la enfermedad terminal.
La familia, si es familia, es la vacuna contra la soledad. La amistad sincera, esa que prefiere ver tu cara antes que la pantalla del smartphone, es un tratamiento siempre eficaz. Y, sobre todas las cosas, la mejor y definitiva medicina: el amor. Amor que puede revestir mil manifestaciones, desde el café juntos y las risas en compañía a la compasión y el “congozo”. Juntos no hay soledad. La condición inapelable pero practicable es que el bien del otro – u otra – esté siempre antes que el interés propio. Porque como decía Madre Teresa, y lo confirman estos científicos, “la soledad y el sentimiento de no ser querido es la más terrible de las pobrezas“.
Como para suavizar estas aristas, Amy Ellis Nutt inserta en su artículo un link con Las 10 mejores canciones que conocen perfectamente quienes se sienten solos. (Abrir la lista).
Cada uno tiene sus canciones. A la relación se podrían añadir estas otras que nos hablan de soledades y silencios:
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