Como muchos dramas que comienzan como un juego sin decantar en las consecuencias, La chica danesa es la recreación de una novela de época que juega con tabúes, los prejuicios y la subjetividad del arte en la Europa de principios del siglo XX, aún marcada por los conservadores y la tibia ventana de apertura de los artistas y sus respectivas nubes.
Eddie Redmayne pone a prueba su versatilidad una vez más y en el ejercicio el resultado es discutible, mientras su coestelar, la angelical Alicia Vikander es el toque de delicadeza -y a la vez de carácter- para esta historia de provocación, ambigüedad pero también de amor y comprensión.
La Chica Danesa está dirigida por el oscarizado Tom Hooper (El discurso del rey, Los miserables) y se centra en la historia de Lili Elbe (Eddie Redmayne), la primera persona que se sometió en el año 1930 a un proceso de cambio de sexo, además de una artista apasionada, que triunfó en el ambiente parisino de los años 30.
Los paisajes del pintor Einar Wegener (Eddie Redmayne), casado con Gerda (Alicia Vikander), son muy admirados por la sociedad danesa. Gerda es una artista menos conocida que su marido, pero se está haciendo un nombre como retratista de ciudadanos importantes. Forman una pareja muy unida, aunque a ambos les falta alcanzar la revelación artística y personal.
Todo cambia el día en que Gerda debe entregar un retrato y le pide a su marido que supla a la modelo poniéndose un vestido de mujer para terminar el cuadro. Es una experiencia transformadora para Einar, que no tarda en descubrir la expresión de su yo más auténtico siendo Lili y empieza a vivir como tal. Gerda, por su parte, ha encontrado a su musa y da rienda suelta a su creatividad. Pero la desaprobación de la sociedad de Copenhague no se hace esperar.
Durante la II Guerra mundial, los Sonderkommandos o comando especiales, en castellano, eran un grupo de prisioneros organizado por los nazis, los cuales se encargaban de quemar los cuerpos y limpiar las cámaras de gas. Un grupo que evidentemente tenía ciertos privilegios pero que de igual forma eran maltratados, agredidos y humillados. La labor que realizaban era moralmente bastante cuestionable, pero era eso o morir inmediatamente.
Uno de estos hombres es Saul (Géza Röhrig), quien durante la llegada de un grupo de prisioneros y su posterior muerte, se interesa en un niño que aunque sobrevive a la cámara de gas es posteriormente asesinado, su deseo y fin durante la película es buscar un rabino para de alguna forma enterrarlo como su fe lo amerita, al menos lo más cercano a eso.
El hijo de Saúl es un film sobre la II Guerra Mundial, pero que da una perspectiva completamente diferente, se centra en un campo de concentración, sin embargo, por la forma en como Nemes presenta el largometraje, esto pasa a un difuso segundo plano, al punto de que se muestra absolutamente fuera de foco.
El film dispone de recurrentes planos secuencias, consiguiendo unas coreografías realmente espectaculares con ese caos que reina a su alrededor. Aquí hay que destacar el sonido, es una labor impresionante que lleva a la obra a otro nivel, por momentos un film de guerra, pero en otros de completo terror, algo increíble. Géza Röhrig, Levente Molnár, Urs Rechn, Sándor Zsótér, Todd Charmont, Björn Freiberg y Uwe Lauer son sus protagonistas.
Tras su trilogía Paraíso, Ulrich Seidl desciende en los sótanos vietnamitas para descubrir los especiales lugares en donde se nutren las pasiones y las obsesiones. La idea de echar un vistazo en el mundo secreto de los sótanos austriacos le vino a Ulrich Seidl en 2000, cuando estaba en plena búsqueda de localizaciones para Días perros, la película que supuso su lanzamiento. Con In The Basement, Seidl efectuó básicamente un regreso a la forma documental, que ha caracterizado muchos de sus anteriores trabajos. Alessa Duchek, Gerald Duchek, Inge Ellinger y Manfred Ellinger Walter Holzer completan su reparto.