Leo un tuit de @beagarca en el que da noticia del caso de Jamie “bebé que murió luego de nacer y revive en brazos de su madre”. Lo acompaña del enlace a un video con la información y con las imágenes de tan singular acontecimiento, que puede verse aquí mismo.
Su hermana gemela Emily nació sin problemas, pero él fallece nada más nacer y Kate, su madre, pide que se lo dejen tener un momento. Ella lo abraza junto a su pecho, lo acaricia y le susurra esas ternuras, esas cosas sencillas que en boca de una madre saben a vida, huelen a vida y tocan a vida. Ella, con su marido David al lado, va diciéndole qué nombre le han puesto, cómo se llama su hermanita y qué esperan de ella. Cosas de madre a un hijito que parte en el último tren. Palabras de madre, dulcísimos verbos que no dejan partir sino es lleno de cálido amor – piel con piel – al latir que acompasó esperanzas dentro de ella.
Y de pronto, se movió la criatura. Y la madre persistió en poner sonido amoroso al anhelo de lo imposible. Fueron dos horas que hicieron revivir a Jamie contra toda probabilidad, contra todo dato y opinión médica, contra toda ley y frente a los hechos.
La realidad es más que los hechos. Los actos más que las palabras. Y la palabra de una madre a su hijo es un acto de fe que da la vida, una comunicación poderosa como ninguna.
¿Puede la ternura de una madre revivir a un recién nacido? Ésta sí es la pregunta que podrían haber planteado en el examen de 3º de la Facultad de Medicina de la Universidad de Barcelona, y no la que capciosamente propusieron, según informa el alumno Robert Ferrer en el examen de ¿Genética? el pasado 23 junio: “¿Qué le aconsejarías a una mujer que va a tener un hijo con Síndrome de Down?”, para que el alumno escoja entre dos. “Le indicaría no hacer nada” o “le indicaría un aborto”.
Que ¿qué le indicaría?
Le indicaría que viera este vídeo; le rogaría que le hablase desde ya al niño Down con palabras dulces y tiernas; le animaría a comprarle ropita y a cantarle coplas llenas de alegría de vivir, del poder del amor. Ella podría decirle el nombre que iba a ponerle y el nombre de sus hermanos. Y lo que esperaba de ellos y de él. Y lo mucho que valora su vida naciente y los horrores que le va a querer todos los días de su vida.
Las palabras buenas y bellas vivifican actos bellos y buenos.
Idea fuente: la vida sí es cuestión de comunicación: el ejemplo de las madres.