A principios de los años 90, cuando la tenencia de dólares todavía estaba prohibida en Cuba, gané un premio literario en México. Senel Paz me hizo el impagable favor de llevarme el monto del mismo a La Habana. Llegué a su casa agradecidísimo, flaquísimo y con un enorme malestar en el estómago.
Cuando le conté lo que me pasaba, me dijo una frase que he seguido usando (con su debido crédito) el resto de mi vida: “Todo guajiro que se respete, debe tener un buen parásito adentro”. Me ofreció dos remedios para mi mal: una tisana o un trago de ron. Elegí el segundo.
En el camino de regreso, de la casa de Senel a la mía, me sentí un delincuente. Aunque los dólares que llevaba en el bolsillo me los había ganado con mis versos y eran el primer pago que recibía en mi vida por ellos, no me sentía capaz de disfrutar aquella felicidad. Atravesé El Vedado como un fugitivo.
Conozco casos que me dan más pena. Pedro José Rodríguez, el héroe de mi infancia, el más grande jonronero que ha nacido en Cuba, perdió su carrera deportiva porque le encontraron unos pocos dólares en la maleta. Aunque se trataba de un obsequio de un pelotero venezolano, fueron implacables.
Un querido amigo, Omar Mederos, uno de los hombres más honestos y buenos que he conocido, tuvo que irse de Cuba para no ir a la cárcel. Su terrible experiencia cupo en una canción de Polito Ibañez. Aunque eso ocurrió hace muchos años y Omar recuperó su vida, la canción me sigue estremeciendo.
Cuando el dictador Fidel Castro despenalizó el dólar, obligado por una crisis económica que provocó él mismo, las cárceles de la isla estaban llenas de cubanos que habían sido condenados por tenerlos. Ninguno fue liberado, tuvieron que pagar hasta el último día por un delito que ya no existía.
Años después, el dólar fue penalizado con un ominoso impuesto y sustituido por una moneda falsa. El propósito de cada una de esas medidas, ha sido tirar sobre los hombros de los cubanos (sobre todo los del exilio) el peso de una economía incapaz y de un país inviable.
Ahora, de la noche a la mañana, la dictadura ha logrado poner en funcionamiento una cadena de tiendas en divisas. En ellas solo se puede comprar con tarjetas electrónicas que deben ser recargadas con remesas. Marcas blancas y enseres de la más baja calidad son vendidos al precio de productos premium.
“Los mal nacidos por error”, como Miguel Díaz-Canel llamó una vez al exilio cubano, deben ocuparse una vez más de mantener a los 11 millones de sobrevivientes que permanecen en la Isla. Solo así el país podrá huir hacia delante y evitar, por ahora, la hambruna.
Todo cubano, respétese o no, tiene un buen parásito adentro. Se llama Cuba.