Fin a los brillantes Juegos de Río de Janeiro y ocaso en Brasilia de la era de fulgor del Partido de los Trabajadores (PT). Son platos rotos tanto para la presidenta, Dilma Rousseff, como para el expresidente, Luiz Inácio Lula da Silva.
La suerte parece echada. La propia Dilma Rousseff ha asumido su destino. Sólo trata de escribir su legado y quedar con honor en la agitada saga de la historia de los presidentes de Brasil.
Todos los planes en Brasilia quedaron arruinados. Dilma no fue la administradora sagaz que esperaba Lula da Silva. Tampoco quiso estar tutelada por el expresidente. Para sus crítico, actuó con ambición y crueldad. En todo caso los analistas coinciden en que está recibiendo en Brasilia la factura de lo que sembró, una formidable tormenta política.
Es un clima emocional de alta intensidad en todo Brasil. Desde Buenos Aires se observa con respeto este momento. Para la Administración de Mauricio Macri lo importante es la estabilidad política y económica. Beneficiará a todos. Será bueno para Brasil y Argentina.
Pero la salida del Palacio de Alvorada va ser dramática de todas formas. Para este final se espera, y desea, al menos cierta grandeza en la victoria y en la derrota. Un final bronco y tenso, de puños y gritos, no ayudará al deseo de pacificación política que se anhela en Brasil. Tanto para Dilma y Lula el mejor final es una salida con dignidad. Estarían a la altura de lo que se les reclama. Todo preparado en Brasilia para una semana de fuertes emociones y pasiones, y de trascendencia.
– Ver en Hechos de Hoy, México teme el éxito de Donald Trump y la ruptura con el centro político.