Una de las mejores definiciones de la Cuba actual que he leído fue del cineasta Juan Carlos Cremata. Alguién en Facebook compartió la noticia de que el régimen había vuelto a la lista de países que patrocinan el terrorismo. “Primero tiene que volver a la lista de países”, sentenció Cremata.
En los años 60 del siglo pasado, Juan Bosch se quejaba de lo atrasada que estaba la sociedad dominicana respecto a la cubana. Para demostrarlo, comparaba a Santo Domingo con La Habana. Leí esa analogía de Bosch justo en los días en que empezaba mi exilio y me asustó. ¿Dónde te has metido?, me dije a mí mismo.
Pero los dominicanos, día a día, me fueron convenciendo de que había tomado la decisión correcta. Cada año que he estado aquí, desde el 2000 hasta hoy, este país ha dado un paso hacia delante. En 2020, después de 16 años del PLD en el poder (partido fundado por Bosch, dicho sea de paso), la mayoría se movilizó.
Hastiados de la corrupción de los gobiernos de Leonel Fernández y Danilo Medina, se lanzaron a las calles y a las redes a promover un cambio. Lo lograron de la manera más democrática: en las urnas. Un amigo cubano que nos visitó, se sorprendía de que hasta los dominicanos más humildes siempre andan con camisas.
Cuando viajábamos al Cibao, se admiraba de que todas las casas estuvieran pintadas, de que hubiera comida en todas partes y de la cara de felicidad de la gente. “La alegría de los dominicanos me produce una gran tristeza -confesó al final-, porque pienso que aquello sería como esto”.
Entonces le comenté que no reconozco a mi país en las imágenes de la Cuba actual. Ni siquiera el acento de la gente me recuerda al mío. En los 20 años que he estado fuera, al revés de la dominicana, la sociedad cubana no ha dejado de marchar hacia atrás hasta llegar a un nivel de depauperación que indigna.
Los ancianos que se aferran al poder en Cuba han hecho del país un lugar tan agotado, conservador y obsoleto como ellos mismos. Por eso es cada vez más ridículo que le sigan llamando revolución a un estado que, diciéndose de izquierda, es incapaz de aprobar ni siquiera el matrimonio igualitario.
El hecho de que el éxito de la canción Patria y vida fuera asumido como un problema de estado y que se vieran forzados a responder con ese adefesio de Patria o muerte por la vida, demuestra la decrepitud de un país insalvable que debe ser demolido y refundado.
Como bien dijo Cremata, la mayor prioridad de los cubanos que construirán el futuro de Cuba (algún día tendrá que llegar) es devolverla a la lista de países. Una vez allí, el gran reto es convencernos a nosotros mismos de que las calles y los campos no pueden ser solo para algunos sino de todos y para el bien de todos.