Veo dos razones que ni siquiera sé si son verdad. Pero las veo. Una, me da que no quiere ser rey. Se está comiendo el marrón, con lo feliz que parecía estar en un segundo plano a las faldas de su madre. Estos días se le ve irascible tras el fallecimiento de la reina Isabel II. También es verdad que está en un triste trance en el que le deberemos perdonar todo. Ha sufrido una pérdida y tiene que reaccionar. Quizás esté en un estado de shock del que casi ninguno escapamos en las mismas circunstancias.
La otra razón es que no tiene empatía, que no es querido. Nunca lo ha sido. Tiene varios frentes que lidiar y a cuál más peliagudo. Mantener unida a la Commonwealth va a ser una tarea intensa. Su madre supo mantener el título de reina en esos países sin fisuras. Ahora, muchos aprovecharán la coyuntura para pedir la “independencia” de Inglaterra.
Empezó Bahamas, afirmando que solicitará un referéndum para ver si el pueblo decide desligarse de la corona británica. Y ahora, se le unen Jamaica, Antigua y Barbuda, Belice, Granada, y San Cristóbal y Nieves.
Además, gobernará alejado de Europa tras un Brexit que muchos ciudadanos ya consideran fallido para las arcas por la dificultad de los aranceles de comercio con el viejo continente.
Démosle, que se merece, el beneficio de la duda y veamos cómo va incidiendo su índice de popularidad porque, ahora mismo, no llega ni a la mitad de súbditos los que piensan que va a ser un buen rey. En contra, tres de cada cuatro, piensa que su hijo Guillermo podría ser buen monarca. Quizás se vea obligado por la presión mediática (que parece que no la encaja bien) en abdicar y volver a pasar a un anhelado ostracismo.