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La inmensa mayoría de las razones por las que volvería a Cuba ya no existen. (Foto: C.V.)

La inmensa mayoría de las razones por las que volvería a Cuba ya no existen. (Foto: C.V.)

SANA ENVIDIA

A Chesterton le bastaba con ir a Londres y esperar una inundación

A Chesterton le bastaba con volver a Londres y esperar la próxima inundación. No es mi caso, ni el de millones de cubanos que acabamos resignándonos a la idea de dar por perdido todo lo que dejamos atrás.

Hechosdehoy / Camilo Venegas

Justo ayer le comenté a Alejandro Aguilar el texto donde G. K. Chesterton, antes de correr tras su propio sombrero, confiesa que le produjo una “envidia casi incontrolable” enterarse de que Londres se había inundado en su ausencia y que, en su barrio, Battersea, se habían encontrado las aguas. 

“No hay nada tan perfectamente poético como una isla, y un barrio, cuando se inunda, se convierte en un archipiélago”, leí en voz alta. Luego le confesé a Alejandro que siempre estoy pendiente de los partes del tiempo de mi pueblo para imaginarme lo que está ocurriendo en él con mayor exactitud.

Todavía estábamos sumergidos en ese tema, cuando Mahe (la hijastra de Efraín, el proyeccionista del cine Justo) me envió una foto del atardecer en el Paradero de Camarones. Más que envidia, en ese momento se me hizo un angustioso nudo en la garganta. A duras penas logré que pasara un trago de Brugal.

Hace 10 años que no vuelvo a Cuba y, probablemente, nunca más lo haga. Por un lado, Diana y yo nos hicimos la promesa de no poner un pie allí hasta que el país no se libere de la dictadura. Por el otro, la inmensa mayoría de las razones por las que volvería a Cuba ya no existen.

A Chesterton le bastaba con volver a Londres y esperar la próxima inundación. No es mi caso, ni el de millones de cubanos que acabamos resignándonos (con la n detrás y delante de la g) a la idea de dar por perdido todo lo que dejamos atrás. Aún así, no puedo evitar el angustioso nudo en la garganta.

Cuando vivía en El Vedado, solía volver al Paradero de Camarones en un tren (el 11) que salía de La Habana a las 10:15 de la mañana y llegaba a mi casa (paraba justo frente a su puerta, esa es una de las maravillas de vivir en una estación de ferrocarril) a las 4:16 de la tarde.

A esa hora el cielo de mi pueblo solía tener una luz increíble. Gracias a la enorme llanura que rodea a la pequeña loma de La Rioja, las sombras de los árboles y de la torre del central Mal Tiempo se extendían más de la cuenta. A veces sacaba la cabeza por la ventanilla para apreciar bien el paisaje.

Ayer hice otra vez todo ese recorrido gracias a la foto que me envió Mahe. Dice Chesterton que el que ve una oportunidad para el disfrute en esas cosas es el auténtico optimista. Me consuela saber que en el fondo de este pesimista hay otro Camilo que no siempre reconozco.

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