En el anterior post ya comenzamos a hablar de esta reconocida isla y estereotipo de paraíso terrenal. Hoy os sigo contando algunos de los mejores momentos allí. Algunos son de traca matraca. Si no leísteis el primer post sobre Bora-Bora, lo podéis leer aquí para que os pongáis al día, ¿ok?.
Pues venga, volvemos a sus blancas arenas y a los azules de sus aguas. Al día siguiente del numerito de la norteamericana, y dispuesto a conocer la isla, me acerqué a la recepcionista del hotelico para ver si tenían alguna excursión baratita en la que conocer la isla desde el agua.
Ella se dio la vuelta y con estupefacción vi como marcaba paquete a “tutti-plen”, tenia la voz más grave que yo y, además, era tuerta. Quitando las miradas intensas y los movimientos de cabeza que hacía para dirigirse a mí, se convirtió en una gran aliada para indicarme los mejores lugares a los que ir. Majísima o majísimo, como ella o él prefiera (no le pregunté, para qué os miento).
Finalmente, esa mañana terminé en una excursión súper low-cost en “lancha” que prometía mucho. Un grupo de gente, paseando por la vistosa laguna de Bora-Bora… snorkel con tiburones… ratito en playas de arena blanca… Todo pintaba de maravilla. Pues no tanto, aunque fue inolvidable.
En primer lugar, nos distribuyeron las gafas y los tubos para el snorkel. Cuando me dieron mi kit me quedé pasmado. ¡¡Eran de los años 60!! Lo podéis ver en la foto. ¡¡El último que llevó ese equipamiento fue Jacques Cousteau!! Pero bueno, no pasa nada porque se veían en un estado aceptable aunque ya tenía mis dudas sobre si enseñar esas fotos algún día y fulminar mi reputación de ávido buceador.
Como estábamos todos por la “lancha” aquella merodeando alrededor del guía, fui consciente de la indumentaria y la edad de mis 17 acompañantes. La media de edad era de unos 80 años y todos, sin excepción, TODOS, llevaban “farda-packet”, “marca-paquete” (bañador tipo Speedo) y camisa de floripondios. Yo no sabía dónde mirar. Allá donde mirase, un alegre ancianete… marcaba paquete…
El barquito se puso en marcha y a mí me estaba dando algo. Se me pasó todo al ver los diferentes tonos azules de la laguna, las montañas por un lado, los islotes por otro, las playas de ensueño… En ese momento, el guía comenzó a tocar una especie de tamborcillo y a entonar la famosa y antigua canción When the Saints Go Marching In.
Acto seguido, el hombre al timón sacó una guitarrita y se puso a cantar a dúo con el guía… “Oh when the saints, go marching in… oh when the saaaaaaints goooo marchiiiiing iiiiinnnnn…”. Yo no daba crédito. Y cuando parecía que la cosa no podía ir a peor… ¡¡¡el contingente casi centenario “marca paquete” comienza a hacer los coros!!! Se me plegaron los pezones.
Imaginaos… Un palafito/bungalow de lujo de a mil euros la noche con una pareja de éstas de anuncio de colonia (él todo cachitas, “morenasso” y con morritos y ella de medidas perfectas, labios carnosos y los ojos medio ceñidos) en la terraza abierta al mar en un momento íntimo de película… la brisa del mar acariciaba sus apasionados besos en un escenario sublime, el mar turquesa frente a ellos y, de repente… aparecemos nosotros todos de pie en la barca esta mirándoles y cantando el When the Saints Go Marching In a grito pelao en modo polifónico, todos de 80 y marcando paquete (menos yo), con vistosas camisas de flores y el kit de Cousteau en la mano con la que saludábamos efusivamente.
Parecíamos una tuna caribeña o la Cooperativa Senior de Gospel de Tahití de gira por Bora-Bora. Qué foto… ¡¡¡QUÉ FOOOTOOOO!!! A mí me dio un ataque de risa al tiempo que pensaba: “De esto no me voy a olvidar jamás…”. Sólo confío en que no nos hicieran una foto y esté circulando por internet en algún recopilatorio de gente “friki” y sus momentazos.
Luego fuimos a una playa fantástica a hacer, como no, un picnic que dejamos aquello al irnos como la playa de Benidorm un sábado por la noche y, finalmente, hicimos snorkel con tiburones y rayas por todos lados. Un poco artificial y preparado el asunto pero una buena experiencia para aquellos que no bucean y quieren ver a estos magníficos animales de cerca.
Los siguientes días los pasé explorando el salvaje interior de la isla, sus tremendas vistas desde puntos montañosos y siendo testigo de los vestigios de la Segunda Guerra Mundial. Ya os conté un día sobre Guadalcanal, Tarawa y otras islas del Pacífico que están llenas de estos recuerdos abandonados con muchas muertes a sus espaldas.
También aproveché una mañana para ir a la playa en plan normal. Cosa que no suelo hacer pero ese día, me dio por ahí. Cogí mi toalla, busqué un buen sitio, me acoplé y cada ratito me metía en el agua a lucir mi pecho lobo. Sólo me faltaba el tupper.
El último día lo pasé en la laguna haciendo buceo en apnea (amateur, ¿eh? No os creáis que soy aquí un experto…) y también fue ese el último día de mi cámara sumergible. ¿Por qué? Porque, sencillamente, dejó de serlo y cascó. Eso sí, que visibilidad bajo el agua, que corales más vistosos, que morenas verdes de dos metros con la cabeza como un melón… ¡Qué maravilla! Y pasaron más cosas allí pero os lo contaré, a lo mejor, en otra ocasión.
Si queréis leer sobre islas impresionantes del Pacífico, haced click aquí porque algunas son realmente alucinantes.
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