Más allá de la demagogia en el debate de Miguel Arias Cañete y Elena Valenciano, y de la pugna entre Mariano Rajoy y Alfredo Pérez Rubacaba, y Partido Popular (PP)frente a Partido Socialista Obrero Española (PSOE), es Europa quien está en el alambre.
Dos tormentas se ciernen sobre el continente este fin de semana. Las dos son peligrosas y destructivas. Todas las encuestas ante la jornada que cierra los comicios al Parlamento Europeo -y es asunto en el que ha incidido Hechos de Hoy (ver La abstención electoral o la institucionalización de la desidia)- apuntan al crecimiento del llamado euroescepticismo y, lo que es aún peor, la apatía o falta de interés de acudir a las urnas. Si esto último es así, y se cumplen las expectativas, habrá cotas históricas de abstención en la Unión Europea.
Es un momento importante lleno de paradojas y peligros. Por una parte el Parlamento Europeo tendrá más poder y capacidad de llegar a ser palanca de cambio como no había sucedido desde el nacimiento de la Unión. Pero a la vez puede convertirse en un escenario con presencia de fuerzas políticas que son radicales de raíz, y a la vez antieuropeas y euroescépticas. En el origen se encuentra una crisis que fue brutal en dos años y originó un clima de frustración y desencanto, por no decir rechazo, ante la falta de coraje y liderazgo de los líderes políticos para afrontarla con decisión, empuje y solidaridad.
Es cierto que ni los gobiernos ni los grandes partidos europeos actuaron con diligencia ante estas dos tormentas que se estaban formando -desencanto y escepticismo- y amenazan ahora con descargar toda su fuerza. En el caso de España, la campaña electoral -centrada en cuestiones nacionales y dominada por polémicas demagógicas- no ha contribuido a subrayar lo crucial de esta elección.
Los grandes partidos y los gobiernos nacionales no acertaron en achacar a las instituciones europeas la responsabilidad única de las medidas contra la crisis. Pero la respuesta a toda esta cadena de despropósitos nunca puede ser la abstención. Los ciudadanos españoles -al igual que el resto de los europeos- no deben quedar al costado en la hora de la responsabilidad de elegir con su voto a los arqutectos del sueño que merece cumplirse de una Europa de valores, de dignidad e igualdad, y siempre de solidaridad.