En la cumbre del G-7 hubo dureza contra Rusia, y golpe moral y político sin duda para Vladimir Putin. Tanto fue así que en París, François Hollande, anfitrión del solemne aniversario de los actos en Normandía -en aniversario redondo- no logró reunir a Vladimir Putin y Barack Obama a cenar. O mejor dicho lo evitó.
El almuerzo de los jefes de Estado y de Gobierno, en el castillo de Bénouville (Normandía) -un escenario cargado de historia en la lucha contra el nazismo- se convirtió en el verdadero termómetro. No había posibilidad de plantón. Con sutileza, Angela Merkel rompió la soledad de Vladimir Putin. Le acercó a Petro Poroshenko, el oligarca que se impuso en los comicios de Ucrania, un magnate que cimentó su fortuna sobre los bombones. Y propició también lo inevitable de que hubiera algo más que un saludo formal con Barack Obama.
Los líderes de la Unión – y es asunto que ha destacado Hechos de Hoy– no quieren obviamente a Ucrania en la OTAN y menos aún en la Eurozona. Creen, con más fuerza que Rusia, que debe producirse un escenario de equilibrio y libertad entre Este y Oeste con un diálogo a cuatro manos (la Unión, Estados Unidos, Rusia y Crimea). La prioridad es la de acabar con las muertes en Ucrania, el clima bélico y los combates. Debería ser inaceptable para todos. Angela Merkel cree que Poroshenko, tras arrollar en las urnas, puede construir relaciones de equilibrio. Tras la dureza de los mensajes del G-7 pudo llegar el deshielo en Normandía sobre Ucrania, un desenlace que se urge.