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PURA AVENTURA

Madagascar: Como cabras en Tsingy, un lugar que quita el hipo

Tsingy significa en la lengua local, el malgache, "donde no se puede caminar descalzo". Y así es, son formaciones rocosas que cortan como cuchillos.

Hechosdehoy / José Antonio Ruiz
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Madagascar es un país que no puede dejar indiferente a nadie y que, para muchos, será la aventura de sus sueños. En mi caso, siempre buscando disfrutar cada minuto de mi vida, allí me encontré con una aventura que no esperaba. Fue en Tsingy de Bemaraha, un lugar que da hipo (o te lo quita si lo tienes).

 
Hoy pegamos un salto de casi 11.000 kilómetros (en línea recta) desde el terrorífico bungy jump de 134 metros en Nueva Zelanda de la semana pasada para irnos a la isla más grande de África, Madagascar.
 
Aunque no debemos olvidar que es parte de África, este país ofrece aventuras para todos. Ya sea viajando solo, en pareja, con amigos o en familia. Me sorprendió la infraestructura al servicio del visitante. Los trekkings están marcados, los lugares señalizados… No deja de ser una nación pobre pero a muchos de aquellos a los que les da un poco de respeto visitar este continente, van a encontrar en Madagascar un lugar que acoge con los brazos abiertos y que brinda más comodidades de las que inicialmente podríamos pensar.

 
Habíamos pasado un par de semanas recorriendo el país y estábamos en Ifaty disfrutando de un par de días de descanso en la playa. Como siempre, basta que te obsesiones con un sitio para que hagas lo indecible para llegar y así fue. Se nos ocurrió ir a la Reserva Natural Integral de Tsingy de Bemaraha contando sólo con dos días. Claro, para el que no ha ido, no parece gran cosa pero el que ha ido sabrá de lo que hablo.

 
Una odisea por tierra, mar (bueno, río) y aire nos esperaba. Si ya estábamos golpeados por las dos semanas anteriores, esto iba a ser la paliza final pero es que el sitio es… ¡Impresionante! (y Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO).
 
Para llegar a nuestro ansiado destino pasamos por la famosa Avenida de los Baobabs. Y es célebre merecidamente. Un paseo con esbeltos y particulares baobabs a ambos lados del camino. No te puedes resistir a bajarte del coche a recorrer de un lado al otro el lugar una y otra vez.

 
Llegamos al final de noche y cansados tras muchos kilómetros… De esos días en los que si te encuentras de frente a un león rugiendo te quedas tan pancho con un: "Mira, simbita, muy feroz tu rugido y tal pero si vas a atacar, hazlo ya que yo no me puedo ni mover y me quiero ir a la cama rapidito… con o sin cabeza…".
 
Lo que nos esperaba al día siguiente no entraba en mis planes. Yo me imaginaba un plácido paseo por los Tsingys (pináculos de piedra caliza), unas fotos y un buen final para un viaje espectacular.

 
Esta reserva tiene una geología única aparte de una fauna espectacular con sus lémures y camaleones. El tema es que es un lugar peligroso. Precipicios de formaciones rocosas que cortan como cuchillos. No por nada Tsingy significa en la lengua local, el malgache, "donde no se puede caminar descalzo". Bueno, a ver, poderse se puede, pero volverás a casa caminando con los huevecillos.
 
Claro, nada más llegar tras otros tantos kilómetros y una corta caminata, lo primero que hicieron fue ponernos un arnés… ¡¡Un arnés!! Yo le dije al guía: "Perdona, ¿ésto no era un sosegado y bello paseo por paisajes de ensueño?". A lo que me respondió: "Sí, sí, pero vamos a escalar algunas zonas de difícil acceso y la seguridad es lo primero…". Le faltó decirme: "Esto no es el parque del Retiro, muchacho… y acuérdate de lo que has dicho de los huevecillos…". Yo me pregunté: "¿Escalar? ¿Pero dónde me he metido?". No es que no me guste un poco de escalada y hacer el cabra, que me encanta, pero no lo esperaba ese día. Allí no puede ir cualquier persona. Si tienes vértigo, no te gusta escalar (levemente) y estar pendiente permanentemente de donde pones los pies y las manos… mal asunto…

 
Adentrarse allí a través de la selva, con lémures a la vista hasta que llegas a los Tsingys es algo inolvidable. Caminar entre ellos, introducirse en cuevas llenas de murciélagos, cruzar puentes colgantes y subir a sus cimas es realmente increíble. Una vez allí eres consciente de que cada minuto de cansancio mereció la pena, de que el arnés es apropiado y de que si lo descuidas terminas marcando paquete en las fotos.

 
Sudamos, subimos, bajamos, entramos, salimos, nos arrastramos, me dejé medio pezón, saltamos, trepamos, me dejé las uñas, hicimos fotos… y, en definitiva, pasamos un día en un entorno alucinante gritando a los cuatro vientos que la vida merece la pena.
 
Ya vendrá más de Madagascar… ¡porque no tiene desperdicio!
 
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