Si no cuidamos los detalles, nuestra comunicación calará menos que la música de un violinista de estación de Metro entre el caótico fluir de los pasajeros con prisa.
Tanto en nuestra conversaciones públicas como privadas estamos muy pendientes de lanzar el mensaje. Lo que tenemos en la cabeza y en el corazón pugna por salir. La boca parece llenarse de palabras. Las manos aletean acercándose o distanciándose del cuerpo. Y los ojos gradúan la intensidad de la mirada al compás de las necesidades de énfasis o calma que demande el argumento.
No cabe restar importancia al contenido de lo que se dice: es el meollo, es el “qué”. Y eso es lo que convierte en importante pensar en “a quién” y en “cómo” queremos comunicar.
Pero me quiero fijar en otro punto: el entorno y el contorno. Hablo de lo que enmarca el acto. Son una pequeña multitud de detalles: la convocatoria, las expectativas a generar, el perfil del público que acudirá y los puntos de toda mise en scène: espacio, luz, sonido, decoración y los inacabables puntos microcreadores de emoción atractiva.
Si quieres que tu mensaje llegue al auditorio tienes la tarea previa de imaginar qué muros os separan. Más que poner se trata de quitar lo que os estorba para estar el uno para el otro: los enamorados lo saben instintivamente. Dicho de otro modo, si todos los accidentes no concurren a la esencia, corremos el riesgo de elevar a sustancial lo trivial.
Los directores de comunicación trabajan esos aspectos cuando escrutan con finura para que no haya “ruidos”, que desvíen la atención.
El asunto tiene que ver con percepciones, prioridades, posicionamiento previo de los auditorios y toda la fuerza de los ritos. No me extiendo, pero basta leer El Principito para conocer la almendra de la liturgia comunicativa.
Joshua Bell es un violinista que con tan sólo 14 años actuó como solista en un concierto bajo la batuta de Riccardo Muti. Su debut se produjo cuando tenía 17 años con la Orquesta Sinfónica de St. Louis en el Carnegie Hall y desde entonces ha tocado su violín con todos los directores de prestigio: es un virtuoso del violín. Los cinéfilos podrán identificarlo también como el solista de la música original de El Violín Rojo escrita por John Corigliano y que recibió el Oscar a la mejor banda sonora o por la canción Before My Time interpretada con Scarlett Johansson en el film Choice Ice y que fue nominada en 2013 al Oscar como mejor canción original.
En 2007, por invitación del columnista del Washington Post, Gene Weingarten, tocó el violín de incógnito en la estación L’Enfant Place del Metro de Washington.
El experimento se grabó con cámara oculta y el consiguiente reportaje supuso el Premio Pulitzer a la Mejor Crónica: Joshua Bell tocó con esmero el violín durante una hora; pasaron 1.027 personaS que dejaron a sus pies en propinas 32,17 dólares, sin contar 20 dólares que le entregó Stacy Fukuyama, que trabaja en el Departamento de Comercio y única que le reconoció casi al final de la prueba. Ella había pagado 100 dólares tres semanas antes por verle en la Biblioteca del Congreso. Terminado su concierto en el Metro, y a la vista de sus ganancias, el propio violinista bromeó: “no está mal: casi 40 dólares la hora…podría vivir de esto. Y no tendría que pagarle a mi agente”.
Este experimento de comunicación y sociedad ha tenido ahora una segunda parte en el la Union Station de Washington con el mismo músico, como publica The Washington Post, pero con cientos de espectadores y todo preparado. La gente no estaba de paso. El cronista hizo de maestro de ceremonias y puso en antecedentes a la nutrida muchedumbre que llenaba el hall. Una orquesta de jóvenes músicos esperaba al maestro en aquel recodo y ¿qué pasó?
Idea fuente: el entorno condiciona la aceptación del mensaje y de la belleza.
Música que escucho: Before My Time, Scarlett Johansson & Joshua Bell (2012)