Lo prometido es deuda y aquí estoy para hablaros de mi experiencia en esta idílica isla. Precursora de los sueños más románticos de muchas (más que de muchos) y destino célebre de ilustres visitantes. Pensar en Bora-Bora me hace sonreír aunque mis andanzas por allí nada tienen que ver con esta visión de la isla. Vais a ver por qué…
Dejamos entonces la entrañable Madeira de la semana pasada y nos plantificamos en la Polinesia Francesa en el Pacífico Sur. ¡Vamos allá! Siempre que hablo de algún atolón de la Polinesia Francesa como Rangiroa o Fakarava, no falta quien me solicite que escriba sobre Bora-Bora algún día.
Especialmente mis lectoras. Ese día ha llegado. Y es que sólo el nombre de esta isla, situada al Noroeste de Tahití (otro día os hablo de Tahití) evoca todo tipo de sensaciones creadas, probablemente, en nuestras mentes aquel primer día que lo escuchamos por primera vez. Decid Bora-Bora en alto… Mola, ¿no? Y se nos va la mirada al infinito.
Es definitivamente una isla de marca (aunque no de mis preferidas si me pongo a afinar. Prefiero Aitutaki, por ejemplo, hablando de islas y atolones). No os voy a mentir, es una isla fantástica, preciosa y, todo sea dicho, cara. Eso sí, si vais, y ya que vais, rascaos un poco el bolsillo porque está lejos, quizá sea la única oportunidad que tengamos de ir y las experiencias pueden no ser las mismas.
Para muestra un botón: Yo no iba en plan romántico (iba solo) y me quedé en un hotel de quinta regional b que era un intento de réplica de lo bueno pero en plan cutre a tope. ¿Diferencias? Por ejemplo, en vez de un show de bellas y esbeltas bailarinas con espectáculo de luces de fondo con todo un despliegue musical y de espacios, pues te toca un quinteto de rechonchos haciendo el “jula-jula” sin ganas y en 10 metros cuadrados. Es lo que hay.
Si hubiese ido con alguien especial para mí, quizá, si me lo hubiese podido permitir y supiese que para ella es importante, habría ido a un palafito/bungalow sobre el agua aunque no fuese el más lujoso. Más que nada porque las comparaciones pueden ser fuertes en este lugar y no quieres que tu persona especial se sienta como la cierva coja del bosque.
Es como si le dices a tu novia que en su boda va a tocar el hombre orquesta que vive en el cuarto de tu edificio que además te hace un descuento brutal en vez de Juan Luis Guerra. Pues no.
A lo que iba. En mi hotel “cucarachero” había una mujer estadounidense de unos cuarenta y tantos que se había pasado toda la vida soñando con ir a Bora-Bora y, por fin, lo había conseguido. Como supongo que nunca encontró con quién realizar su sueño, iba sola y, la verdad, la lió parda con su actitud.
El día que nos invitaron a los huéspedes a ver el show del “Quinteto Rechónchet”, a ella le dieron una mesa individual en tercera fila y ya traía una cara de perros total. En primera fila había una pareja muy maja que estaba celebrando su luna de miel y nuestra nueva amiga parecía conocerles de alguna excursión de días anteriores.
Sin cortarse un pelo, ella se levantó, se acercó a la pareja y les soltó un sonoro: “¿¿Qué?? Disfrutando de todo el amor aquí los dos juntitos, ¿¿no?? Que bien, que bien… y yo aquí toda miserableeee…”. La chica de la pareja, muy educadamente le invitó a sentarse con ellos ante la atónita y desencajada mirada de su flamante nuevo marido. Ella no paró de despotricar durante toda la cena y todo el show con frases del tipo: “¡Pues sí, pues sí! ¡Cuánto amor aquí todo el mundo! ¿¿eh?? ¡¡Está noche a darle todos!!”.
El resto nos mirábamos con incredulidad. Cuando terminaron la cena y el evento, se dirigió al bar (donde me encontraba yo) e hizo ademán de darme la brasa o sus encantos. Y, visto lo visto, no estaba dispuesto a ninguna de las dos opciones. Así que me hice el loco por completo y salí por patas como si me hubiese dado un retortijón.
Al final de la noche, todos le podíamos oír a gritos por los caminos que llevaban a los diferentes edificios de habitaciones como un alma en pena gritando: “¡¡Dios mío!! ¡¡Qué mal me lo estoy pasaaaandoooo!! ¡¡Qué mierda de islaaaaaa!! ¡¡Dejad de gemiiiirrrrr!!”. Evidentemente, no era la película que se proyectaba en sesión continua en su cabeza desde hacía años.
Como digo, experiencias para todos los gustos. Personalmente, yo no necesito los lujos y trato de sacar lo mejor de cada situación y viaje. Si hay lujos, pues mira qué bien. Si hay que dormir en el suelo, pues mira que bien también. Lo importante, lo que te llevas, son los recuerdos de lo vivido.
Y como tengo todavía unas cuantas cosas de Bora-Bora, por hoy, me despido. No os lo perdáis la semana que viene que no tiene desperdicio y, además, descubriremos más de esta genial isla.
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