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De todas la fotografías que se han difundido de la visita de una delegación de la Major League Baseball a Cuba, quizás la que más ha llamado la atención es una donde Antonio Castro (hijo del dictador Fidel Castro) y Yasiel Puig (estelar pelotero que logró establecerse en Grandes Ligas después de huir de la isla) se abrazan.
Esa imagen pudiera verse como un símbolo semejante al abrazo entre Diego y David en Fresa y chocolate (1993), el célebre filme de Tomás Gutiérrez Alea. En la escena final de la película, después de superar prejuicios, temores y amenazas, los protagonistas defienden lo que los une por encima de todo lo que los separa.
Aunque ese gesto es también una despedida (porque Diego, como Yasiel, fue forzado a abandonar la isla), propone un puente sobre un abismo que hasta ese momento parecía insuperable para la sociedad cubana. El encuentro del hijo del dictador y el estelar pelotero podría significar lo mismo, podría.
Todos los atletas cubanos que han abandonado la isla, desde 1959 hasta el día de ayer, han sido tratados como traidores. El régimen, además de borrar sus récords, silenciar sus trayectorias y humillar a sus familias, les ha impedido representar a Cuba en cualquier competencia internacional.
En los discursos de
Fidel Castro hay innumerables referencias al tema. Todas están llenas de insultos y encono.
Para que el encuentro de Antonio y Yasiel no quede como un abrazo roto, tiene que ser acompañado por una disculpa con esos grandes cubanos cuyas hazañas fueron desterradas.
Para probar que los quieren a ellos y no a sus millones, tienen que devolverles el derecho a ser parte de su patria sin condiciones.