La ropa que hoy compramos con un clic ha sido, muy probablemente, confeccionada en la otra punta del planeta en condiciones laborales que vulneran los derechos humanos. La moda rápida, con empresas como Shein al frente, ejemplifica los costes ocultos de un modelo de producción basado en la velocidad, el bajo coste y la deslocalización masiva. Este modelo tiene un impacto directo sobre la sostenibilidad del planeta y sobre la vida de millones de personas, a menudo invisibles a ojos del consumidor.
El Día Internacional contra la Explotación Infantil, que se celebra el 12 de junio, es una buena ocasión para poner el foco sobre estas prácticas y preguntarnos si es posible regular este gigante global o si, por el contrario, es el futuro inevitable de la moda.
“Según varios estudios fundamentales en el campo de la gestión de empresas y la ética de los negocios, la esclavitud moderna —entendida como una forma de explotación laboral extrema en la que una persona es privada de su libertad por parte de otra por motivos económicos o personales— forma parte del modelo de negocio de algunas empresas internacionales”, explica Iu Tusell, profesor de los Estudios de Economía y Empresa de la UOC. El sector textil, afirma, es uno de los más expuestos: las largas cadenas de suministro, la falta de regulación internacional y la subcontratación masiva facilitan la vulneración sistemática de los derechos laborales.
La representación de una cadena de suministro típica del sector textil puede implicar, fácilmente, la intervención de nueve o diez empresas en más de cinco países. Esta desconexión, junto con las grandes distancias existentes dentro de la propia cadena, tiene una enorme importancia en el fenómeno de la esclavitud moderna. “Si bien es evidente que el sector textil no puede definirse como una industria fundamentada en la esclavitud moderna, sí presenta factores que incrementen el riesgo de aparición de casos de explotación laboral extrema”, afirma Tusell.
La empresa china Shein ejemplifica este modelo. Según datos recientes publicados por Public Eye, los trabajadores de fábricas que proveen a Shein pueden llegar a trabajar hasta 75 horas semanales, en condiciones que vulneran la legislación laboral china y sin ninguna garantía de seguridad. Además, diferentes informes han puesto sobre la mesa la presencia de menores en estas cadenas de montaje, pese a la dificultad de verificarlo, debido a la falta de transparencia.
Una infancia explotada
El trabajo infantil también tiene un papel crucial. Según UNICEF, 160 millones de niños de todo el mundo están involucrados en actividades laborales, y 79 millones lo hacen en trabajos peligrosos. Esta forma de explotación, seguramente una de las más crueles, es una de las más provechosas para las empresas, explica Tusell: “Por ejemplo, el salario de un niño representa un tercio del salario de un adulto que realiza la misma tarea”.
A pesar de que a menudo se asocia a actividades agrícolas o extractivas, la industria textil también es una de las grandes responsables de la explotación infantil. En Bangladés, donde la problemática es evidente, la Encuesta nacional de trabajo infantil de 2022 de la Oficina de Estadística del país estima que aproximadamente 1,78 millones de niños y niñas de entre 5 y 17 años están implicados en trabajos infantiles.
Distintos informes recientes han documentado la presencia de menores en talleres textiles subcontratados, a menudo fuera del control institucional, donde cosen prendas de ropa durante largas jornadas y en entornos insalubres, sin acceso a educación ni condiciones mínimas de seguridad. “Este tipo de explotación perpetúa el círculo de pobreza e impide el desarrollo social de las comunidades afectadas“, apunta Tusell.
Huella ambiental y sobreconsumo
Las cifras del sector textil también alertan de un gran impacto en el medioambiente. Según el informe A new textiles economy, de la Fundación Ellen MacArthur, las emisiones de gases de efecto invernadero provenientes de la producción textil lograron los 1.200 millones de toneladas de dióxido de carbono equivalente en 2015, más que las generadas por todos los vuelos internacionales y el transporte marítimo combinados.
El informe también destaca el uso intensivo de recursos naturales y el impacto ambiental asociado al sistema de producción actual de la moda. En los últimos años, las cifras han empeorado. “La moda rápida ha incrementado notablemente el flujo de materiales dentro del sistema: las marcas de moda producen casi el doble de piezas en comparación con el periodo anterior al año 2000, cuando empezó el fenómeno de la moda rápida“, apunta Carmen Pacheco Bernal, profesora de los Estudios de Economía y Empresa de la UOC y experta en consumo sostenible.
Además, el modelo fomenta hábitos de consumo poco sostenibles. “La influencia de las redes sociales es fundamental en la forma como se consume la moda actualmente, en especial entre las generaciones más jóvenes“, señala Pacheco Bernal. “Prácticas como los hauls —vídeos o publicaciones en los que una persona muestra y comenta sus últimas compras ante sus seguidores— o los unboxings —contenido en el que se desempaqueta un producto adquirido recientemente, generalmente en línea, y en el que se muestra tanto su presentación como la reacción de la persona— contribuyen a banalizar el consumo excesivo y a desvincular el acto de comprar de cualquier reflexión sobre su impacto ambiental o social”, explica la profesora Pacheco Bernal.
Regulación internacional y el camino hacia un consumo consciente
Ante esta situación, cada vez más gobiernos y organizaciones internacionales buscan formas de regulación. Una de las más recientes proviene de los Estados Unidos, que estudia suprimir la exención arancelaria denominada de minimis, que permite a empresas como Shein esquivar tarifas aduaneras. “La eliminación de la exención arancelaria de minimis tendría, sin duda, un impacto significativo sobre Shein y plataformas parecidas”, explica Carles Méndez, profesor de los Estudios de Economía y Empresa de la UOC. “Un cambio en la normativa arancelaria podría limitar la competitividad de estas compañías y forzar modificaciones en su modelo de negocio“, pronostica.
Sin embargo, Méndez avisa de que “debemos ser prudentes al atribuir a los aranceles un papel efectivo como herramienta de regulación ética”. Como alternativa o complemento, propone “fomentar más la conciencia y la exigencia por parte de los consumidores“.
Pacheco Bernal coincide en esta idea: “Para que se produzca un cambio real, los consumidores debemos incrementar nuestro nivel de conocimiento y conciencia sobre las repercusiones sociales y ambientales asociadas a los actos de compra. Además, el consumidor que quiere ser responsable puede optar por modelos alternativos de consumo que fomenten la economía circular, o puede elegir marcas que proporcionen información transparente sobre la cadena de suministro, el origen de los materiales, las condiciones laborales y las prácticas ambientales, a través de certificaciones como GOTS, que garantiza el uso de fibras orgánicas y criterios ambientales y sociales exigentes en toda la cadena de producción; FairTrade, que certifica condiciones laborales justas y prácticas comerciales éticas; OEKO-TEX, que asegura la ausencia de sustancias nocivas para la salud en los materiales textiles, o Bluesign, que vela por una gestión sostenible y transparente de los procesos de fabricación”.
Esto también implica un cambio estructural en la forma como entendemos el consumo. Tusell defiende la necesidad de generar conciencia social sobre este fenómeno: “Debemos desarrollar políticas de sensibilización de la población —con especial foco en los más jóvenes— hacia el problema de la explotación laboral y la esclavitud moderna”, concluye.
Sin embargo, la problemática actual plantea la necesidad de un cambio de paradigma que trascienda la responsabilidad individual. Tal y como apunta Pacheco Bernal, “es imprescindible seguir impulsando la transformación de procesos de producción de la industria, y también de los patrones de consumo, con la implicación coordinada de todo el mundo”. La implicación de todos los agentes —gobiernos, empresas y ciudadanía— es clave para romper el círculo de la moda barata y sus consecuencias invisibles.