Con la precisión de los relojes suizos, los ciclos van organizando nuestras vidas. Así como son claramente predecibles y objeto de proyecciones en la economía, sé que en la vida personal los ciclos también existen. No he necesitado revisar ningún calendario para recordar que el 18 de mayo se habrán cumplido 16 años del fallecimiento de mi padre. Múltiples acontecimientos me van recordando su figura. Veo un anuncio en televisión y me acuerdo de una frase suya. Alguien hace un comentario, y me vienen a la memoria los consejos de El arte de la prudencia de Baltasar Gracián, el libro del que tanto me habló y cuyos consejos quiso siempre que siguiera.

Tres consejos de ese libro vienen a mi mente hoy: saber esperar, contar con buenos colaboradores y terminar bien.

En el libro de Baltasar Gracián se menciona que saber esperar es una virtud indispensable para lograr el éxito, puesto que constituye una manera no violenta de lograr los objetivos. El autor va más lejos, llega a señalar que nuestro creador, en su eterna sabiduría, nos guía, no con voluntad férrea sino con pies de plomo. Yo pienso, además, que esta es una virtud que nos permite disfrutar del presente. A menudo la gente se preocupa tanto por obtener riquezas que tomaría tiempo alcanzar, que no tienen la calma de disfrutar lo que poseen en el presente, que no se detienen a gozar y compartir lo que tienen, en especial los momentos de felicidad, ignorando quizás que la felicidad es el único bien que al ser compartido, crece y se multiplica.

Sobre la importancia de contar con buenos colaboradores se suele hablar poco, probablemente porque se prefiere dedicar el tiempo a recitar las propias alabanzas. Sin embargo, la tarea más sencilla se vuelve complicada en manos de colaboradores incompetentes y el objetivo más simple se torna difícil de alcanzar si no contamos con manos amigas que nos entiendan, nos apoyen y nos aleccionen a seguir más adelante. Gracián menciona que la grandeza propia no disminuye por lo elevado de la talla de los que se tienen alrededor, más bien lo contrario, la proyección del propio trabajo puede verse disminuida por no contar con buenos colaboradores. A fin de cuentas, al evaluar una gestión, no se suele comentar cuál fue la calidad de los colaboradores sino cuál fue su resultado final.

Esto nos lleva al consejo final que viene a mi mente hoy: terminar bien. Presos de la emoción, en ocasiones abandonamos propósitos con la misma intensidad con el que en un momento los acogimos. Así, el aplauso inicial nos impide escuchar los sanos consejos, acallando incluso, la voz de nuestra conciencia. Es en esa circunstancia en que dejamos de ponerle atención a los detalles y empezamos a descuidar el trabajo o a la relación y, lo que un día tuvo rosas se convierte en un lecho de espinas.

Es importante destacar que estos consejos de Gracián valen tanto para nuestro desempeño profesional como el personal. Saber esperar vale tanto para el trabajo como para la paciencia con los hijos. Los buenos colaboradores son tanto profesionales como las amistades que por escogencia propia nos relacionamos. Terminar bien vale tanto para los planes laborales como para una de las más hermosas tareas que podemos adoptar: nuestro matrimonio y nuestra familia.

En la memoria de mi padre, deseo dejar plasmados en este escrito esos sabios consejos, con la esperanza de que sus nietos y bisnietos y con ellos toda la nueva generación, puedan reflexionar sobre los mismos, en la seguridad de que su cumplimiento haría de la nuestra una mejor sociedad.