Quizás tuviera razón Larra cuando le salía de la pluma aquel escribir en Madrid es llorar. Hoy, abrir un periódico es llorar. No digamos escuchar un telediario. La punzada de dolor por el mal extendido puede hervir la sangre y arrimarla en lágrimas hasta la ventana de los ojos. No son sólo las guerras – fácilmente cuento siete -; no son las epidemias – sólo el ébola dejará hoy un rastro que supera el millar de muertos; tampoco es ese hedor, gota a gota, de la corrupción pública, ni la miseria física, ni la pobreza extrema; ni tan siquiera el interesado aprovechamiento de esos dramas y tragedias para medrar políticamente o para convertir en tea incendiaria de odios las desgracias y los infortunios.
Todo lo anterior repugna más o menos y acerca nuestra mente al abismo de la impotencia. ¿Qué puedo hacer? Porque algo habrá que hacer. Hoy. No mañana: hoy.
Pero lo que precisamente aprieta el alma no son los muertos a los que no podré salvar, ni el mapamundi político que los brazos no pueden abarcar. Lo que conmueve es la falta de conmoción. Lo que estremece son los ojos que no miran. Los míos, los suyos amiga lectora, amigo lector y los de inmensas muchedumbres que con los ojos cerrados nada ven y lo que ven no lo miran.
La vista es un don. Pero es al mirar donde nos revelamos nosotros a nosotros mismos. No somos lo que comemos. Somos lo que miramos. Y somos como miramos porque la mirada nace del corazón. Si dentro hay vacío no es extraño que la belleza, la bondad y el bien sean también algo extraño. Extraños en la noche, de la oscura noche de la indiferencia.
La mirada de este agosto, un agosto que estará olvidado en septiembre, puede florecer, y florecerá sin duda, si asciende desde el ombligo a los ojos de las personas que amamos – que estamos llamados a amar – y a los horizontes que se abren para quienes quieran mirarlos. Este olvidado agosto los ojos pueden elevarse un poco y viajar desde la pantalla del teléfono ¿inteligente? a la vida de los otros. La sociedad adquiere artes nuevas, pero pierde viejos instintos (R. W. Emerson).
Ha circulado esta semana por las redes la fotografía de un andén donde todas las personas fijan su atención en su smartphone, todos menos un hombre: el pie de foto interpela con su suave ironía acerca del hombre sorprendido in fraganti observando el mundo real.
Que me perdone Machado si digo que quien mira a la gente solo, espera mirar a Dios un día. Pero mirar, más allá de ver. Es esa esperanza la que seca las lágrimas cuando lleva de la contemplación a la acción.
Este agosto olvidado por nosotros nos mira a los ojos y nos pregunta ¿Tú que miras? Miramos para amar, amamos lo que miramos y desgraciado el que no haya amado más que cuerpos, formas, apariencias! La muerte se lo arrebatará todo. Amad a las almas y las volveréis a encontrar (Victor Hugo, Los Miserables).
Idea fuente: la fuerza que nos de mirar y contemplar, no sólo ver.
Música que escucho: “After the storm” Mumford & Sons (2009).