(Photo by Samuel Austin on Unsplash)
Suelo comenzar mi intervenciones con una diapositiva sin más letras que las del título. Ni más palabras, ni más letras, pero sí una canción. Suena mientras el auditorio se sienta. Eso les ayuda a ubicarse. A ser dueños del espacio y compartir ellos y yo desde el principio unas mismas ondas. Una buena música acerca, estrecha lazos por la parte del corazón.
La otra tarde, esta misma semana, con un público joven sonaba “Vivir sin aire”, de Maná. “Como quisiera/Poder vivir sin aire/Como quisiera/Poder vivir sin agua”.
Ya en silencio formulé unas preguntas retóricas:
.- ¿Se puede vivir sin aire?”
.- Noooo – fue el clamor.
.- ¿Se puede vivir sin agua? – volví a interrogarles.
.- Noooo- volvieron a decir bien alto.
.- Pues – concluí – tampoco podemos vivir sin comunicación. Y a partir de ahí nos sumergimos juntos en el mar de “Pensar bien, comunicar bien”, primera de unas sesiones organizadas por la Fundación Estudios de la Comunicación (FEC).
Esta tarde, viendo en familia un concurso televisivo he escuchado una noticia en verdad sorprendente: un hombre se apuesta con otro 100.000 dólares a que es capaz de permanecer un mes encerrado en una habitación oscura.
Lo primero que a uno se le viene a la cabeza es la frase “hay gente pa’ to’”, atribuida al torero Rafael Gómez Ortega “El Gallo” cuando José María Cossío le presentó a José Ortega y Gasset como filósofo, como alguien que se dedica a pensar.
Y a pensar me he dedicado yo. Y a buscar la noticia que la he encontrado en ABC. Los apostantes eran dos rocosos jugadores de póker que en una de esas enajenaciones tan frecuentes en el gremio se pusieron a debatir cuánto tiempo podían permanecer encerrados en una habitación sin luz.
Ricky Alati zanjó el debate con Rory Young diciendo que estaría un mes sin luz (y sin móvil) en la más negra oscuridad. Se cerró la apuesta, se arregló al efecto un baño de Henderson (Nevada), se sellaron rendijas y toda fuente de claridad y se hizo la tenebrosa incomunicación.
El protagonista ya tenía alucinaciones al tercer día: “veía colores y formas, ventanas, un cielo estrellado e incluso un tren”. No les destripo el final que pueden leer en ( “Un mes encerrado y a oscuras, una apuesta ‘alucinante’“, Federico Marín Bellón, Blogs de ABC, 16/01/2109).
No hace falta – o sí – haber visto “La Gran evasión” para saber que uno de los castigos más duros para los presos rebeldes es la celda de aislamiento. Hay libros sobre aislamiento y tortura. Pero si tienen pereza por leer basta con que miren el rostro José Ortega Lara tras su inmediata liberación del zulo donde lo tuvo ETA encerrado 532 días.
¿Se puede vivir sin aire? No. Ni tiene nombre de vida humana la de la persona que no recibe la luz, el calor de alguien que le escuche con afecto o a quien hablar con estima.
Y como sociedad tenemos una necesidad palmaria de acompañar, de comunicar y de traer al cerebro la luz de noticias veraces, contrastadas y si es posible, que no siempre lo es, en un contexto de esperanza.
Una esperanza que nos confirme, como a Alati, que esta oscuridad es aparente, casi irreal porque la vida de fuera esa sí es real y arde de luz para amar, para ser amado. Como quisiera poder vivir y comunicar siempre…
Idea fuente: un mes encerrado y a oscuras.
Música que escucho: “Vivir sin aire”, Maná (1992)