“Persona jactanciosa y pendenciera que procura intimidar a los demás”. Así define el DRAE el adjetivo “matón”. Hay personajes que actúan de este modo. Existen también grupos a los que puede calificarse de matones. Por los medios que usan para imponer sus puntos de vista. Por la intención de descartar -en algunos casos eliminar- a quienes disientan de sus propósitos o revelen sus métodos.
Algunos de estos grupos tienen dimensión internacional y logran amedrentar a diplomáticos y a sus países en el seno, por ejemplo, de las Naciones Unidas o de los órganos decisorios de la Unidad Europea. Son lobbies, grupos de presión. Claro que no todos los lobbies son cueva de matones, sino aquellos que con jactancia y pretendida superioridad moral se han hecho dueños de un estado de opinión. Amordazan las voces libres discrepantes infundiendo miedo. Los más activos en este ámbito son, hoy por hoy, los de la ideología de género.
En el interior de las naciones -en parlamentos, órganos de la Administración, universidades y en medios de comunicación -los grupos de matones son más cercanos y partidarios de, vamos a llamarlo así, la "acción directa".
Sabemos, porque ha sido publicado, que en aquella facultad o en aquel otro claustro universitario se ha impedido por la fuerza que tuviera lugar una sesión académica libre.
Le ocurrió a Benedicto XVI en La Sapienza (Roma); le ha ocurrido en la Autónoma de Barcelona a la periodista y política Cayetana Álvarez de Toledo; sucedió cuando, esta vez sin éxito, se quiso desde instancias gubernamentales vascas bloquear al pueblo para que no visitara el portaviones Juan Carlos I atracado en Guecho (como contaba entonces El País, 7.500 personas lo visitaron el sábado, cuando la marca la tenía Motril con 7.000 en un día y esta mañana han subido otras 3.000).
Matonismo visible y por motivos ideológicos
Son los anteriores sólo tres ejemplos – hay muchos más – de matonismo visible y por motivos ideológicos. Sí, son burdos, casi obscenos, pero dejan a la luz que la intención es meter miedo al protagonista, su seguidores y a los públicos directamente concernidos. Pero hay un metaobjetivo, un aviso a navegantes: “¡Cuidado con lo que dices o escribes!: serás maltratado”. Tú, tu familia, tu entorno, tus bienes, tu ascenso, tu buen nombre, tu honor.
Si con Karl von Clausewitz podíamos admitir que “la guerra es la continuación de la política por otros medios”, el matón es el terrorista en otra escala de actuación. El matón, o el grupo matón, no necesita poner bombas: le basta emplear fondos – y créanme, algunos los tienen abundantes – para pagar agitadores en el paraninfo, comprar “negros” para escribir libelos, adueñarse de cabeceras o platós de programas televisivos populares. Todo vale para acallar la realidad de las cosas e impedir que se desvele la desnudez intelectual y moral, verdadera ofensa a lo evidente, con que actúan. Es un descaro prepotente, pero hasta ahora bastante eficaz.
Y esa eficacia no se basa en aquellos que he descrito como ejemplos “visibles” de matonismo. Son, qué duda cabe, eficientes pues saltan a la vista, pero por ello menos peligrosos, como sucedió con lo del portaaviones.
El matón “más profesional” no se conforma con esos fuegos de artificio aunque los aplaude. No, al verdadero matón le gusta más que sólo la víctima conozca, acaso por simple deducción, que si se mueve del carril impuesto al resto de corderos, no podrá vivir. “Aunque respires, amigo, notarás que para ti esto ya no es vida” podrá leer la pobre o el pobre entre las líneas de sus jornadas. Desde aislamiento de la catedrática en su propia Universidad y por sus propios compañeros tras haber escrito un documentado libro sobre las diferencias naturales entre los niños y las niñas (intolerable para cerebros carcomidos por el virus del sectarismo), hasta intelectuales que han de decir memeces de corrección política -pero de palmaria incorrección ética- con tal de que le toleren publicar su investigación en tal revista científica.
Epidemia social del matonismo
Matones los hay en todos los ámbitos y casi tantos como estúpidos. Ciertamente estos últimos, más si están motivados, son los más peligrosos sobre todo porque, como escribió Carlo M. Cipolla “Siempre e inevitablemente cada uno de nosotros subestima el número de individuos estúpidos que circulan por el mundo”.
No es fácil la solución para sanar este mal, esta epidemia social del matonismo. Más que nada porque por una espuria transposición a toda la vida social desde ámbito de la política partidista se identifica “mayoría” con “certeza” y “certeza” con “verdad”.
Efectivamente no es fácil. El miedo es libre. Pero el miedo es por definición asesino de la libertad. Lo que nos hace libres es la verdad. Y la verdad no es verdad porque a mí me parezca cierto, ni porque así lo haya declarado la mayoría. Eso puede ser útil para aprobar el trazado del AVE de Madrid a Badajoz, pero es inservible para reconocer el bien y hacerlo. Se llama conciencia. Mejor, conciencia rectamente formada.
Si hay un camino para enfrentarse a los matones, sea en la ONU, en el Congreso de los Diputados, en la Comunidad de Vecinos o en el Club de Tenis este es el de la integridad personal, el de no dormirse –Nessun Dorma- y ejercer la Comunicación.
O sea, estudiar, leer, pensar, escuchar y escudriñar la existencia separando lo recto de lo torcido. Formarse un criterio honrado y poderoso. Y compartir de igual a igual, sin imposiciones, pero sin cobardías. Comunicar es comprender. Comprender es compartir. Sin miedo, porque “quien teme no es perfecto en el amor”.
Idea fuente: matones, verdad y honradez en la comunicación.
Música que escucho: Nessun Dorma, aria del acto final de la ópera Turandot, de Giacomo Puccini (1858-1924), por Los Tenores, 07/07/1990 Termas de Caracalla.