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Tejer los hilos del querer. (Photo by drmakete lab on Unsplash)

Tejer los hilos del querer. (Photo by drmakete lab on Unsplash)

HILAR FINO

Los hilos del querer y el mensaje escrito mientras desayunaba en el bar

Vivimos en un telar, haciendo prendas para nuestros días y nuestras noches. De hilo azul los ojos; de hilo moreno las manos; duro es el hilo del desprecio y por eso es frágil y podemos romperlo a golpe de los  hilos del querer.

Hechosdehoy / José Ángel Domínguez

Procuramos vivir no en el fuego de nuestros infiernos sino en el lago donde el amor puso bálsamo y paz.

Es lo que pudo leer en aquel bar. De alguna manera era un mensaje para ella. Alguien lo había escrito sabiendo que acabaría en sus manos. ¿No nos pasa un poco a todos? Vemos un eslogan, una pintada en la pared, una frase en una novela, unas palabras de un maestro y pensamos: ¡vaya!, si parece que eso va por mí.

Incluso más. Conocí al autor de la novela Vivió para nadie y me contó que un lector se le enfrentó por haber descrito su existencia plana, vulgar, sin meta y tibia: “¿Cómo se ha atrevido a escribir mi vida?”. Lo cierto es que el autor no conocía nada de la vida de aquel pobre hombre que estaba hundido.

Nos vemos reflejados en la humanidad del hombre. Pasa en la literatura. Pasa en el cine. Pasa más ante el espejo. Y sobretodo nos ocurre cuando miramos en el propio interior. La memoria nos trae nuestros errores y aciertos; las luces y las tinieblas. Vemos los jarrones de lechera hechos añicos y también los sueños cumplidos. Los momentos de chimenea y besos, mas también, qué lastima, las bofetadas que va dando la vida.

La Psicología describe, desde luego, cómo el cerebro borra los recuerdos traumáticos como mecanismo de autoprotección mental. No quiero ni pensar en un cerebro que sólo, repito sólo, conservase los recuerdos que le hirieron. Los días siguientes al abandono, al adiós del desamor, son una muestra mínima de los estragos que puede hacer en la mente.

También conocemos ya que el sueño no es una actividad pasiva. Durante el reparador descanso, las neuronas se afanan por hacer sitio a los próximos “inputs”. Salvo en el cuento de  Jorge Luis Borges, Funes el memorioso, fantástico caso de hipermnesia, nadie resistiría a mantener vivos todos los recuerdos.

Además de los instrumentales, se nos quedan dentro los recuerdos que, por cualquier motivo, se entrelazaron a una fuerte emoción; un encuentro inesperado con una rosa para ella; o, para él, una coincidencia inopinada de ambos en una tienda de libros y música amada.

Esas cosas van tejiendo los mantos con los que nos abrigamos de la vida y los sinsabores. Vivimos en un telar, haciendo prendas para acudir a nuestros días y nuestras noches. De hilo azul los ojos; de hilo moreno las manos; duro es el hilo del desprecio y por eso es frágil y podemos romperlo a golpe de los  hilos del querer.

Este telar de nuestra vida tiene, sí, en el suelo rollos que nos hacen tropezar. No digo que no nos demos de bruces en el suelo. A veces es inevitable. Pero es más sorprendente que podamos comunicar con nosotros mismos y decirnos hermosas frases con los hilos del querer. Ese sentido positivo da mejor resultado si los hilos del querer tejen para otro a quien decimos con hechos, “tú estás en mi corazón”. No te quedes desnuda, amiga del bar, ni te eches por encima mantos podridos.

Tú y yo, como la frase que estás leyendo procuramos vivir no en el fuego de nuestros infiernos, sino en el lago donde el amor puso bálsamo y paz.

Cuestión de hilar fino y tejer los hilos del querer.

Idea fuente: un mensaje escrito mientras desayunaba en el bar

Música que escucho: I Don’t Talk About it, Rod Stewart, (2004) con Amy Belle, en el concierto One Night Only! en el Royal Albert Hall (Londres)

José Ángel Domínguez Calatayud

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