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Los Reyes asistieron al acto de clausura del Curso académico 2024/2025 del Colegio de Europa, con ocasión de la celebración de su 75º aniversario. (Foto: @CasaReal)

COLEGIO DE BRUJAS

Felipe VI reivindica la inversión en Defensa e importancia de OTAN en crisis abierta por Sánchez

Tras la carta enviada por el presidente del gobierno al secretario general Rutte, Felipe VI ha subrayado que el vínculo transatlántico "no es solo una elección política determinada por el azar". "Es una forma de entender nuestro lugar en el mundo", subrayó.

Hechosdehoy / María Céspedes Pinzas
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Los Reyes, que viajaron acompañados por el secretario de Estado para la Unión Europea, Fernando Mariano Sampredo, fueron recibidos a su llegada al aeropuerto de Ostende por el embajador de España en el Reino de Bélgica, Alberto Antón; el gobernador de la Provincia de Flandes Oeste, Carl Decaluwe; el alcalde de Ostende, John Crombez; y por el jefe de Protocolo del Ministerio de Asuntos Exteriores del Reino de Bélgica, Pier Cartuyvels.

En el Teatro Municipal de Brujas saludaron a la rectora del Colegio de Europa, Federica Mogherini; al presidente del Consejo de Administración del Colegio de Europa, Herman Van Rompuy; y a los directores de Departamento, representantes de estudiantes y personal de la Embajada de España en el Reino de Bélgica, entre otras autoridades.

Los Reyes mantuvieron un encuentro informal en el Salón Foyer con los alumnos españoles del Colegio de Europa, así como con los alumnos del Colegio de Europa que asisten a las clases de español impartidas por el Instituto Cervantes y los alumnos de la Academia Diplomática Europea.

La ceremonia de clausura del curso académico 2024/2025 del Colegio de Europa dio comienzo con la interpretación de una pieza musical, el Concierto de Aranjuez de Joaquín Rodrigo, interpretada por Silvia Márquez y Francesc Torres.

Seguidamente, unas palabras de bienvenida del presidente del Consejo de Administración del Colegio de Europa precedieron a las sucesivas intervenciones de la rectora del Colegio de Europa, el alcalde de Brujas, el gobernador de la Provincia de Flandes Oeste y la vicerrectora del Colegio de Europa. Tras la interpretación de otra pieza musical, “Friday I´m in Love” de “The Cure”, interpretada por Luisa López y Augustin Bourleaud, fueron Angelina Wagner y Matthew Talbot, representantes de los estudiantes, los que tomaron la palabra, seguidos por Marta Vázquez, representante de la promoción Jacques Delors, que dieron paso al discurso del Rey. Palabras que culminaron con la pieza musical “La Llorona” de Chavela Vargas, interpretada por Olaya Rojo y Abel Weber-Hontebeyrie.

La rectora del Colegio de Europa, tras agradecer al Rey sus palabras, anunció la entrega de los reconocimientos a las mejores tesis de los departamentos, reconocimientos que fueron entregados por los directores de los respectivos departamentos, en sus diferentes categorías:

– Premio a la mejor tesis del Departamento de Estudios Económicos Europeos (ECO).

– Premio a la mejor tesis del Departamento de Transformación Europea y Estudios de la Integración (ETI).

– Premio a la mejor tesis del Departamento de Relaciones Internacionales de la Unión Europea y Estudios Diplomáticos (IRD)

– Premio a la mejor tesis del Departamento de Transformación Europea y Estudios de la Integración (ETI).

– Premio a la mejor tesis del Programa de Asuntos Transatlánticos (MATA).

– Premio a la mejor tesis del Departamento de Estudios de Política Europea y Gobernanza (POL).​

El acto concluyó con unas palabras de clausura de la rectora del Colegio de Europa en las que anunció el padrino de la promoción del próximo año y la interpretación, por parte de un coro, de “Slipping Throug My Fingers” de “Abba” y el “Himno a la Alegría” de Ludwig van Beethoven.

Fundado en 1949

El Real Teatro Municipal de Brujas, acogió la clausura del Curso académico de la Promoción Jacques Delors 2024/2025 del Colegio de Europa, fundado en 1949, una institución pionera en los estudios europeos. Tiene anualmente unos 400 alumnos, de 50 países, seleccionados entre los mejores por los ministerios de Asuntos Exteriores de los distintos países comunitarios.

El Colegio de Europa es una prestigiosa institución universitaria de posgrado, especializada en la investigación y enseñanza del Derecho, Economía y Ciencia Política, Sus orígenes se remontan a 1948 cuando el pensador español Salvador de Madariaga propuso, durante el Congreso de La Haya, el establecimiento de un instituto de estudios de postgrado para que estudiantes de diferentes países europeos pudiesen estudiar y vivir juntos.

Un grupo de ciudadanos de la ciudad de Brujas quiso que el Colegio tuviera su sede en la ciudad, apoyados por Hendrik Brugmans, uno de los líderes del movimiento europeísta de aquellos años. Tras la caída del muro de Berlín (Alemania), el gobierno polaco pidió en 1992 abrir un segundo campus en las afueras de Varsovia, en el antiguo palacio de Natolin. Finalmente, en 1998 un grupo de antiguos alumnos crea la Fundación Europea Madariaga, presidida por Javier Solana.

En el campus del Colegio de Europa estudian estudiantes de más de medio centenar de nacionalidades, los países más representados son Francia, España (más de una treintena), Italia, Bélgica y Alemania. Entre los españoles que estudiaron allí figuran, por ejemplo, el que fuera presidente del Congreso de los Diputados, Manuel Marín, los eurodiputados Luis Garicano y Juan Moscoso, los diplomáticos Juan Manuel López Nadal y Miguel Angel Navarro, y Clara Martínez y Xavier Prats, de la Comisión Europea.

El Colegio de Europa tiene un campus situado en el centro de Brujas, conformado por un conjunto de edificios históricos dedicados a administración, clases y servicios, y cuenta con siete residencias para los estudiantes, distribuidas por la ciudad. También, el Colegio tiene el campus de Natolin, en Varsovia (Polonia) y el campus de Tirana (Albania).​​​

El texto íntegro del discurso del Rey

El Rey pronunció el siguiente discurso en inglés que por su importancia y calado reproducimos íntegro para los lectores de Hechos de Hoy,

“Es un verdadero placer para mí dirigirme a ustedes en esta ceremonia de clausura en Brujas, ciudad que con razón puede ostentar el título de corazón de Europa. Dada la historia y el prestigio de este centro de excelencia en educación superior, considero esta oportunidad un enorme honor.

Ubicada en la intersección de las principales rutas comerciales de Europa, Brujas es un puerto natural y un centro neurálgico para el comercio transatlántico. Albergó la primera bolsa de valores de Europa y fue testigo del nacimiento de gremios muy eminentes y venerables. Algunos de los artistas flamencos más destacados la pintaron, y -no puedo dejar de mencionarlo, viniendo de España- Brujas se convirtió en la ciudad adoptiva de un célebre filósofo y humanista español, originario de Valencia: Juan Luis Vives. De hecho, es probable que fuera aquí donde pasó sus años más felices, allá por el siglo XVI.

Se percibe con tanta fuerza el espíritu europeo en las calles, plazas y canales de esta ciudad, que no sorprende que los primeros europeístas, al elegir la mejor ubicación para un centro de estudios avanzados sobre Europa, eligieran esta hermosa ciudad flamenca de Bélgica, tras una generosa oferta de sus autoridades. Así, este ambicioso proyecto educativo echó raíces y floreció aquí con naturalidad, hasta tal punto que no se pueden comprender plenamente las instituciones europeas ni los principales centros de pensamiento sin el Colegio de Europa. Es muy gratificante ver cómo al campus de Brujas se suman otros en Natolin (Polonia) y Tirana (Albania), una señal muy significativa del espíritu y la vitalidad de una Europa unida.

He venido aquí para hablarles de Jacques Delors y el proyecto europeo. De hecho, ambos temas son prácticamente el mismo. Todos sabemos que la historia no la escribe una sola persona, pero en el caso de su Patrón de Promoción, separar al hombre de su obra parece bastante difícil, o incluso imposible, sobre todo al analizar la década de 1985 a 1995, cuando fue Presidente de la Comisión en tres ocasiones, pero también en etapas posteriores de su carrera.

Es cierto, obvio para la mayoría, que hablo de Delors y de Europa en un momento de gran agitación geopolítica. Un tiempo en el que el multilateralismo, el atlantismo y el orden internacional basado en normas sufren una clara erosión; un tiempo de amenazas a alianzas que parecían inquebrantables, vínculos que parecían inquebrantables y una estabilidad que parecía eterna. Un tiempo que recuerda las palabras de Beethoven, en el final de su Novena Sinfonía, que parecen advertir de la peligrosa disonancia de la historia: “¡Oh, amigos, estos sonidos no! ¡Entonemos otros más agradables y alegres!”

En momentos como estos, cuando la incertidumbre se apodera tanto del presente como del futuro, conviene mirar al pasado y a la etimología de las palabras. Porque el verdadero significado de los nombres a menudo se esconde en sus raíces. Entonces, ¿qué es Europa, etimológicamente hablando? Una palabra compuesta por el adjetivo euris (ancho) y el sustantivo ops (mirada). Europa es el lugar que ve con claridad; dicho de otro modo, Europa es el lugar que ve a lo lejos.

Los arquitectos del proyecto de integración fueron todos europeos con una visión política excepcional: me refiero a Monnet, Schuman, De Gasperi, Spaak, Adenauer… me refiero a mi compatriota Salvador de Madariaga, que tanto se implicó en la creación de este Colegio de Europa y que hace 75 años se convirtió en presidente de su Consejo de Administración.

Todas estas figuras públicas -y muchas más que, por brevedad, no he mencionado- fueron capaces de vislumbrar la unión en Europa incluso antes de que existiera. Comprendieron, antes que otros, que un futuro de paz, armonía, estabilidad y prosperidad exigía un reparto progresivo de la soberanía en ciertas áreas y el establecimiento de una interdependencia de facto que, a su vez, fomentaría un sentimiento de comunidad en la mente de todos los europeos. Este enfoque, ampliamente conocido hoy como el «enfoque comunitario», equilibra el idealismo con el pragmatismo; y ¿qué es la política sino un esfuerzo constante por lograr un equilibrio entre ambos?

En este sentido, podemos afirmar con seguridad que el camino europeo nunca ha seguido una hoja de ruta, sino que siempre ha tenido un rumbo claro; uno que respondiera a las necesidades reales y apremiantes que con el tiempo surgieron para los europeos en tiempos de agitación. Algunos ejemplos: la bipolarización mundial, la carrera armamentística, el proceso de descolonización, la crisis del petróleo, el colapso soviético, el auge de un mundo multipolar, la crisis económica y financiera, la pandemia mundial y el surgimiento de las redes digitales y la inteligencia artificial, por nombrar solo algunos.

Queridos estudiantes del Colegio de Europa,

Jacques Delors, su eminente Patrón de Promoción, fue uno de esos europeos con visión de futuro. En su infancia y juventud, experimentó la devastación de las Guerras Mundiales. Hombre de fuerte conciencia social y con una carrera política polifacética que abarcó desde el unionismo hasta el ayuntamiento, el Gobierno de Francia y el Parlamento de Estrasburgo, Delors se incorporó a la Comisión en un momento en que el proyecto europeo, se puede decir, se había estancado, en 1985.

Al final de su tercer mandato, diez años después, el mercado interior ya estaba firmemente establecido, las políticas sociales eran también una realidad creciente, se habían sentado las bases para una expansión hacia el este y los Estados miembros estaban dando los primeros pasos importantes hacia una unión económica y monetaria. En sus últimos años, aunque retirado de la política, Delors conservó una inteligencia y un dinamismo extraordinarios, hasta el punto de abordar temas como los eurobonos y la revolución digital.

En España, reconocimos su enorme contribución al proyecto europeo en dos ocasiones: la primera, con el Premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional, que recibió en 1989 junto con Mijaíl Gorbachov, y la segunda, con el Premio Europeo Carlos V de la Fundación Academia Europea de Yuste, que recibió en 1995.

Ahora, quisiera mencionar brevemente su enfoque, porque dice mucho de él como persona: en una época de líderes con personalidades enérgicas en varios países europeos –Kohl, Mitterrand, Thatcher, González, por nombrar solo algunos-, Delors era la personificación del liderazgo basado en el conocimiento, la eficacia y la persuasión. Poseía un talento intuitivo para identificar el objetivo final y determinar la mejor manera de alcanzarlo. A menudo, en los Consejos Europeos, tras un largo debate sobre un tema en particular, los Jefes de Estado y de Gobierno recurrían a la Comisión en busca de orientación, preguntando: «Jacques, ¿cómo deberíamos hacer esto?». Delors aceptaba el reto y ofrecía una respuesta detallada, con varias alternativas. No por vanidad impulsiva, sino con una visión serena y sabia, tras horas de reflexión; largas horas pensando en Europa y para Europa.

Sus colegas más cercanos, incluido su exjefe de gabinete, Pascal Lamy, han afirmado que Jacques Delors reflexionó sobre el presente y el futuro de Europa; su enfoque estratégico le permitió mantener el rumbo, aprovechando los vientos favorables y capeando la adversidad. Como dijo el filósofo romano (nacido en Córdoba) Séneca: «Para quien no sabe a qué puerto navega, ningún viento le es favorable».

Asimismo, en la construcción de Europa, siempre caracterizada -entonces y ahora-por etapas y capítulos que a menudo solo se comprenden en retrospectiva, saber qué se necesita en cada momento y cuál es el objetivo a largo plazo, y lograr un equilibrio entre ambos, es clave para el éxito.

Las necesidades cambian. Creo que todos pensamos así, pero parece natural preguntarnos cuál es el objetivo o la meta. ¿Cuál es actualmente el fin último del complejo proceso de construcción europea?

Algunos argumentarán que, más que un resultado tangible y realista, sigue siendo un ideal, una aspiración, un espíritu (¿utopía?): hace 170 años, Victor Hugo se refirió a esto como la patria compartida en la mente de los europeos. Nunca está terminada, porque siempre habrá margen de mejora. Sin embargo, podemos afirmar con seguridad -con pruebas contundentes y consecuencias prácticas- que ya tiene una forma clara, reconocible; una que podemos definir o describir fácilmente en tantos aspectos de la vida cotidiana de todos los ciudadanos de la Unión Europea; una que llevamos siete décadas construyendo.

Esa patria compartida de los pueblos de Europa es un espacio sin barreras y con libertades reforzadas, donde nuestros hijos y nietos pueden crecer y aprender en un entorno cada vez más sofisticado de derechos protegidos y bienestar accesible. Es un marco para el crecimiento económico, la cohesión social y territorial que, siempre y cuando no esté contaminado por el radicalismo, perfecciona el concepto de ciudadanía. Es también una zona en crecimiento de nuestro continente, donde el bien común alcanza a todos los europeos y donde todas las personas, sin excepción, pueden sentirse parte de un espacio político compartido.

Una Europa de esta naturaleza no puede ser introspectiva, sino que necesariamente debe mirar también hacia el exterior, al resto del mundo. Como exAlta Representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, su rectora, Federica Mogherini, sabe bien que una Europa unida jamás puede ser cobarde, retraída ni egocéntrica. La Europa que queremos, la Europa por la que luchamos, es una Europa de solidaridad y libre pensamiento; una Europa que nunca rehúye un desafío, precisamente porque sabe por experiencia a qué puede conducir; hemos probado la amargura y pagado el precio de la inacción y la indecisión. Europa siempre debe definirse por su compromiso y por los altos valores y principios que constituyen el legado de estos últimos 70 años.

Algunos podrían argumentar -y lamentablemente lo oímos con frecuencia, incluso dentro de la Unión Europea- que nuestra devoción a esos principios y valores es también nuestra mayor debilidad en la terra incognita del mundo actual (la eterna cuestión del idealismo frente a la realpolitik). Como si, en el escenario global, los más poderosos gozaran del mayor margen -o margen de maniobra- para la inconsistencia, para no honrar los altos valores y para usar esas creencias como simples monedas de cambio.

En mi opinión, la verdad es todo lo contrario de esa percepción cínica y complaciente. Al fin y al cabo, como europeos, nuestros valores nos dan fuerza. Porque en el mundo actual, la fuerza no se encuentra en eslóganes, pancartas ni diatribas. Tampoco podemos encontrarla realmente en la confusión entre liderazgo y radicalismo, en nuestra fe ciega en un futuro tecnológico o en la creencia de que los problemas complejos tienen soluciones sencillas. La fuerza, la verdadera fuerza, la fuerza duradera y de buena voluntad…, proviene de la razón, de un profundo pensamiento ético y de la voluntad de actuar en consecuencia; y Europa -la idea de Europa- es uno de los mayores y más sabios frutos de la razón.

Estimados estudiantes de Jacques Delors Promoción

El siguiente paso del proyecto europeo, el que seguimos construyendo (y esto no es una paradoja), es la defensa y la seguridad. Es un ámbito estrechamente vinculado, aunque no siempre visiblemente, a la idea de Europa y su supervivencia; esto es inevitable para un proyecto que nació de la paz, tras dos terribles guerras mundiales, pero con la clara intención y aspiración de evitar que la guerra vuelva a arraigarse en suelo europeo. Esto, por supuesto, también debería impregnar nuestras políticas en la medida de lo posible.

¿Por qué ahora? Cabe preguntarse. ¿Por qué un proyecto que comenzó compartiendo energía y materias primas, se convirtió en un mercado común, adoptó una moneda y sentó las bases de una unión política, ahora se centra en la seguridad y la defensa? La respuesta es clara: porque la erosión del orden mundial -aquel por el que trabajamos y anhelamos, y que tan cerca sentíamos hacia el cambio de siglo (y milenio)- ha hecho sonar todas las alarmas.

Además, el mundo en el que hemos estado viviendo, el mundo de la Declaración Universal de Derechos Humanos, la Carta de las Naciones Unidas, el multilateralismo y la solución pacífica de controversias -ni perfecto ni libre de conflictos y sufrimiento-, está siendo cada vez más socavado y puesto en tela de juicio, incluso por algunos de sus mayores defensores y primeros defensores.

En este clima de incertidumbre y complejidad, muchos conflictos, tanto antiguos como recientes, no reciben la atención que merecen, incluyendo los combates sin ley en muchas naciones del África subsahariana. Otros conflictos llenan los titulares a diario con noticias de derramamiento de sangre, masacres y destrucción. Pienso en Oriente Medio, donde una guerra brutal devasta Palestina, tras ataques no menos brutales contra Israel, que violan las normas fundamentales del derecho humanitario; o en la reciente y preocupante escalada de hostilidades entre Israel e Irán.

Pero también pienso en nuestra propia región, en nuestra misma frontera, donde Ucrania sufre una guerra de agresión e invasión que dura ya tres años y que ha provocado una enorme tragedia, principalmente para el pueblo ucraniano (probablemente no vista desde las guerras continentales); a quien nunca debemos abandonar. Como podemos ver claramente, la guerra ha sembrado una nube de duda e inseguridad sobre todo lo que sabíamos -o creíamos saber- sobre el derecho internacional.

Principios básicos como el respeto a la independencia soberana y la integridad territorial de los Estados están siendo ampliamente menospreciados. No son meros conceptos jurídicos, sin conexión con nuestras vidas: son la base de nuestro mundo y nuestro modo de vida. Son los cimientos sobre los que construimos el Estado de derecho y que nos permiten educar a nuestros hijos, comerciar, viajar, alcanzar nuestras metas vitales o incluso cooperar para resolver problemas comunes y asuntos o necesidades globales. Las reglas del juego están amenazadas, los beneficios de la diplomacia y la cooperación honesta están en riesgo, y lo que está en juego es nuestro propio modo de vida.

Por lo tanto, el fortalecimiento de las capacidades de seguridad y defensa ha pasado de ser un ámbito de cooperación relevante pero limitado a una necesidad real y apremiante, con un amplio margen de mejora y un enorme potencial. No debemos olvidar que Europa justifica su existencia respondiendo eficazmente a las necesidades que surgen en cada etapa. Nosotros, los ciudadanos europeos, debemos trabajar juntos para satisfacer esas necesidades y dar este paso adelante sin socavar otras políticas esenciales.

En tantas ocasiones pasadas, el proyecto europeo superó crisis que incluso calificaría de existenciales. Confío en que podamos volver a hacerlo, respondiendo con más Europa; y que lo demostraremos cuantas veces sea necesario. Que nadie subestime nuestra capacidad, como europeos, para afrontar los retos que nos aguardan.

Sin embargo, queridos estudiantes de Brujas, el camino por delante no será fácil, porque para progresar, el enfoque comunitario no basta por sí solo. El propio Jacques Delors, quien tan bien comprendía los elementos centrales del proyecto europeo, concluyó que para forjar una unión política -basada en los pilares intergubernamentales- la inercia y el dirigismo no funcionan del mismo modo que al construir un mercado interior. Necesitamos más que eso: un sentimiento de pertenencia más profundo, un compromiso más firme de los ciudadanos europeos bajo un sentido de identidad compartido. El verdadero reto clave para construir una mayor capacidad de seguridad y defensa reside en que debemos fundamentarla en nuestra ciudadanía europea.

Ha llegado la hora de los ciudadanos europeos. Es hora de comprender que la Unión no es solo una comunidad de derechos y libertades, sino también de compromisos y deberes. Debemos preguntarnos no qué puede hacer Europa por nosotros, sino qué podemos hacer nosotros -los europeos del siglo XXI- por Europa (utilizando la famosa frase de Kennedy). Porque nuestro compromiso con Europa, con el concepto de Europa, es un compromiso con nuestra libertad, igualdad y futuro. Requerirá mucho esfuerzo, incluso sacrificio, como es inevitable cuando hay tanto en juego.

En nuestro mundo moderno, tan profundamente interconectado, ningún país u organización puede aspirar a ser verdaderamente autónomo, ni sería claramente beneficioso. Europa no es la excepción. A lo que podemos aspirar, y a lo que debemos aspirar, es a aumentar nuestra influencia y hablar con una voz más eficaz y reconocible. Solo podremos lograrlo si, como europeos, seguimos realizando nuestras valiosas contribuciones a la seguridad colectiva y nos dotamos de los medios para defender los principios que, en nuestra opinión, deben seguir rigiendo el orden internacional y la paz entre las naciones. Los recursos y las fuerzas armadas combinadas de los Estados miembros tienen un enorme potencial; su prestigio es indiscutible. Sin embargo, es necesario avanzar mucho en la armonización de recursos, la capacidad de planificación, las estructuras de mando y las industrias de defensa.

No podemos empezar a fortalecer nuestras capacidades -sería absurdo hacerlo- sin considerar nuestras alianzas, y en particular la Alianza del Atlántico Norte (OTAN), de la que depende en gran medida la seguridad en Europa. Porque el vínculo transatlántico, nuestro marco estratégico estrella, no es solo una decisión política determinada por la casualidad. Es una forma de comprender nuestro lugar en el mundo, una comunidad basada en valores forjada en los convulsos años del siglo XX, que cobra más importancia que nunca en el siglo XXI. No debemos olvidar que la nuestra es una alianza de Estados democráticos. Por eso todos participamos en el diálogo transatlántico: instituciones, empresas, universidades, artistas, creadores y sociedad civil. Por lo tanto, les animo a que, a lo largo de sus carreras, sigan fomentando ese diálogo. Les animo a que sigan creyendo en él.

En resumen, queridos amigos, nunca antes en la historia una Europa unida, fuerte y cohesionada ha sido tan vital para el mundo y, de hecho, para nosotros, los europeos.

Dentro de unos días, cuando salgáis de estas aulas con vuestro Diploma de Estudios Europeos Avanzados, como ilustres ex-alumnos de Brujas, tendréis la hermosa tarea de seguir construyendo Europa.

Será tu momento de moldear Europa. Aprovéchalo bien. No permitas que el escepticismo derrote ni apague tu afán por mejorar, avanzar y perfeccionar el proyecto europeo. Cada piedra que añadas a su construcción honrará la memoria de todos los europeos cuya visión les permitió ver más allá. Europeos como Jacques Delors, tu ilustre Patrón, cuya afirmación de que «Europa es su gente» suena hoy más cierta que nunca.

El proyecto de la Unión Europea es, sin duda, imperfecto, como todo lo humano, pero es una idea hermosa, porque su objetivo más fundamental representa la búsqueda de la armonía; una armonía silenciosa, que a menudo pasa desapercibida, bajo el rugido ensordecedor del mundo en el que nacimos. Estoy seguro de que Beethoven, otro europeo que soñó y creyó en una Europa unida sin haberla vivido personalmente, ante este proyecto europeo de nuestro tiempo exclamaría: «Sí, amigos, estos sonidos, estos son los sonidos adecuados».

Muchas gracias”.

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