No es cierto, como dice algún tuit maligno, que una conocida política al acercarse en la cola del besamanos del proclamado Rey de España susurrase a Felipe VI, mirándole fijamente a los ojos, que la Princesa Leonor “cuando cumpla dieciséis años se pinchará con el huso de una rueca y morirá”. Ni Dios lo quiera: larga vida a la Princesa de Asturias.
El cuadro velazqueño de la real proclamación, el video tipo NO&DO, pero en color, del tránsito coronado refleja empero algunas señales sobre la dormición de España.
He leído con atención la prensa y los comentarios de políticos y expertos. He contemplado en televisión las opiniones de periodistas y de gente sin otras letras que las vencidas. Me he sumergido, reconozco que en un rápido chapuzón, en las aguas calculadas de la emisión televisiva.
Vi la sonrisa de un ministro, el empaque de un presidente, el cariño de una reina madre o, mejor, de una madre reina. Vi la conducción a rediles de evanescentes células republicanas. Mire la mañana de calor y luces roijigualdas. Y los móviles haciendo fotos y autofotos para el recuerdo olvidado en la tarjeta de memoria. Y sumé la ausencia de quien, por voluntad propia y para honra de su hijo, faltaba en la ceremonia.
Y aprecié la elegancia de la infanta Elena y desprecié, con el menor de mis desprecios, el gesto hosco de quienes prefirieron su sectarismo a la mera cortesía (en toda fiesta, hasta en las de las parábolas evangélicas, alguien destierra su dignidad).
Pero de todo el guión de actos preparados por los expertos en leyes, protocolo, comunicación institucional y política, me quedo, Señor, con su confianza.
Majestad, hago mías sus palabras de confianza en su súbditos, en los ciudadanos y ciudadanas de nuestra España de siempre. Bien sabemos, Señor, que ni Su Majestad tiene todos los poderes ni es mago para resolver con su sola palabra o un gesto el sueño de una nación. Pero los deseos pueden convertirse en designio, sobre todo cuando uno trabaja para que sea el designio el que establezca los deseos.
Por eso la fe en su pueblo, que es el mío, me persuade a confiar en que su liderazgo podrá encontrar la palabra justa, el silencio elocuente, el consejo sagaz y la corriente de prudencia que dibuje la singladura de su reinado hasta los mejores puertos.
No considere atrevimiento o impertinencia mi acto de hoy en el que he pedido a Dios que le dé larga vida, más al servicio del bien común, que al de los invocados intereses generales. El Bien, Señor, es un capital, mientras que los intereses no se generan sin él, por muy generales que se estimen.
Dios guarde a Su Majestad Felipe VI, rey de España
Idea fuente: ante una ausencia en la proclamación como rey de España
Música que escucho: Human, Christina Perri