El presidente Danilo Medina habla poco a la prensa y a la ciudadanía. La oratoria no es su fuerte. Es parte de la explicación. Prefiere encuentros pequeños, como en las visitas sorpresa, luego manufacturados por su staff para difusión en la prensa.
Pero ojo: sus silencios transcienden su personalidad. Como político, si tuviera que hablar más para lograr sus objetivos, lo haría.
Hay cuatro estilos fundamentales en que los presidentes se comunican con la ciudadanía, dos directos y dos indirectos. Pueden dirigir discursos a toda la nación o hacerlo en grupos pequeños. Pueden convocar periodistas en sesiones organizadas de ruedas de prensa o hacer declaraciones en intercambios espontáneos. El mecanismo de comunicación más utilizado por el presidente Medina es el de contextos pequeños. Así ha forjado su “yo político”, del que carecía cuando llegó a la presidencia, precisamente por su opacidad discursiva.
Durante los primeros tres años de Gobierno, Medina se desdobló como el presidente cercano a la gente. El hacedor, distante de los discursos grandilocuentes de su predecesor, de quien buscaba ávidamente diferenciarse. Ha huido de la conceptualización para sindicarse con la realización: el 4% del PIB para la educación, la construcción de escuelas, la tanta extendida, los préstamos a pequeñas empresas y la renegociación con la Barrick Gold para obtener mayores recursos son emblemas de su gestión. Ese estilo y esas medidas elevaron su aprobación a la estratosfera.
Pero el Gobierno sigue siendo una red de extorsión y corrupción; los problemas fundamentales de la población siguen irresueltos (la lista es larga y bien conocida); y con la reforma constitucional para quedarse en el poder, Medina se develó como un caudillo más. Que un amplio segmento del electorado apoyara el cambio constitucional en las encuestas facilitó, sin duda, la acción.
Con Leonel Fernández ya destronado, Danilo Medina es por ahora dueño y señor del PLD, del Gobierno, y por ende, de la agenda nacional. ¿Pero de qué hablarle al pueblo? ¿De cuáles hechos?
¿De los corruptos que siguen robando en el Gobierno con absoluta impunidad? ¿De los circos judiciales? ¿De los franceses fugados? ¿De la espiral de endeudamiento público? ¿De los haitianos indocumentados que siguen ofreciendo mano de obra barata a muchos empresarios y al Estado? ¿Del irresuelto problema eléctrico? ¿Del déficit de agua? ¿De la Policía enjambre de abusos y sobornos? ¿De la delincuencia que aturde la población? ¿De tantos accidentes de tránsito a pesar de tantas instituciones dedicadas al transporte? ¿De las muertes por dengue? ¿De los hospitales pocilgas o sobrevaluados? ¿De que el Gobierno compró el PRD depreciado en valor? ¿De que en estas elecciones los candidatos al congreso serán los mismos por haber firmado a favor de la reelección? ¿Del derroche de recursos que habrá en esta campaña porque el Gobierno busca ganar por mucho cueste lo que cueste?
Quizás lo mejor es que el presidente Medina siga callado, porque sus últimas comparecencias ante la nación para justificar su cambio de opinión con respecto a la reelección y para sellar la alianza con el PRD fueron decepcionantes.
El país está lleno de problemas, es la realidad; el Presidente ha enfrentado algunos, y un amplio segmento de la población ha sido muy benigno con él porque lo han preferido a sus adversarios.
Hace unos años, Leonel Fernández perdió su glamour político por hablar mucho para justificar lo injustificable. Ahora, Danilo Medina se arriesga a perder el suyo por hablar poco para no enfrentar lo inadecuado. No es suficiente regocijarse en algunas buenas acciones cuando hay tantos problemas pendientes. No es honorable descalificar a todo el que cuestiona.
– Artículo originalmente publicado en el periódico impreso Hoy de República Dominicana.
– Rosario Espinal es socióloga y politóloga.
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