Es domingo y en nuestro recorrido por la Bretaña salimos en dirección a Questembert. Queríamos visitar su “halle”, y la encontramos ocupada con un “mercado de pulgas”.
Seguimos camino hasta Vannes. Establecida en el Golfo de Morbihan es una ciudad con amplio patrimonio histórico y arquitectónico. Entramos en el recinto amurallado por la antigua Puerta-prisión. Y descubrimos un centro urbano de casas con entramado de madera, algunas del siglo XV y la mayoría del XVI.
En la Puerta de Saint Vincent Ferrer destaca la figura del santo español que protege la puerta. Tanto la Iglesia de Saint-Patern como la catedral de Saint-Pierre datan de fechas medievales pero tuvieron que ser reconstruidas en los siglos XVII y XVIII.
Las murallas de Vannes. (Foto: M. Zamorano)
Salimos de Vannes en dirección a Auray y a Saint-Gosutan, delicioso puerto al que se llega por un puente medieval. Seguimos en Morbihan y es un espectáculo ver la bajada de la marea y como quedan encallados en la arena los numerosos barcos.
De allí continuamos a Quiberon. Instalada en la península de su mismo nombre la población se alarga en paralelo con el puerto. En la entrada al puerto dos esculturas se miran en la distancia: el capitán y la sirena. La marea baja no deja de asombrarnos por los enormes espacios descubiertos que deja el mar en retirada.
Seguimos hacia Port-Louis, donde la presencia española entre 1590 y 1598 dejó su huella en las casas de teja, singulares en la arquitectura local. Un paseo por sus bastiones, camino de ronda y puentes nos dan una visión de la larga historia de este enclave que en siglo XVII se convirtió en sede de la Compañía de las Indias Orientales. Y en el XIX en una famosa ciudad balnearia.
Y terminamos la jornada en nuestro próximo destino: Lorient.
La ciudad, que fue creada en 1666 como nueva sede de la Compañía de las Indias Orientales, tuvo su momento de auge en el XVIII gracias al comercio y tráfico de esclavos. Sufrió intensamente los bombardeos de la II Guerra Mundial quedando destruida en gran parte, tras la guerra fue reconstruida de nuevo.
En nuestro quinto día en ruta salimos temprano hacia Kernascleden, un pequeño pueblo con una preciosa iglesia gótica. En el pórtico de entrada nos encontramos con los 12 apóstoles, bellas esculturas que aún conservan parte de su cromatismo original. Dentro, en las bóvedas, escenas pintadas de la vida de la Virgen y de Jesús; y en dos capillas laterales: los ángeles músicos y enfrente una danza macabra.
El pozo medieval de Kernascleden. (Foto: M. Zamorano)
La luz de primera hora de la mañana atravesando las vidrieras le da un atmósfera mágica a la visita. Es curioso el pozo medieval que se ha quedado anclado en la acera de enfrente de la iglesia, mudo testigo de la larga historia del pueblo.
Continuamos a La Faouet, donde queremos visitar su “halle” del siglo XVI, una de las mayores de la región. Es realmente imponente y en ella confluyen los caminos que vienen de los pueblos cercanos.
Seguimos camino a Quimperlé. Podemos entrar en su casco urbano por el Pont Fleuri, un puente gótico del que se conservan tres de arcos originales. Situada en el centro de la población, al lado del mercado, encontramos la Iglesia Abacial de Sainte-Croix, de planta circular. En ella destaca un retablo del XVI, un grupo escultórico representando el “Santo Entierro” y la cripta con la talla yaciente de Saint Urlou.
La Casa de los Arqueros. (Foto: M. Zamorano)
Caminando por las calles estrechas encontramos la “Casa de los Arqueros” del XVI y recientemente restaurada, buena muestra de la arquitectura tradicional de la zona. Y merece una visita,- solo exterior- el Hospital Fremeur, el último hospital medieval del oeste de Francia.
Continuamos hacia Pont Aven, unos de los destinos mas “artísticos” de nuestro circuito. Este bonito pueblo inició su desarrollo a partir de la llegada del ferrocarril a Quimper, lo que facilitó mucho el acceso a los viajeros.
Pasear por Pont Aven es una delicia. (Foto: Konrad Hädener)
En 1864 de manera casual un pintor americano – Henry Bacon– descubre el pueblo y lo da a conocer en París. Atraídos tanto por la belleza del lugar como por su bajo coste de vida comienzan a llegar pintores. Y a finales del XIX llegará una segunda oleada que dará forma a la Escuela de Pont- Aven, entre ellos figuras como Gaugain, Sérusier o Bernard. A lo largo de los años se han ido estableciendo numerosas galerías de arte y estudios de artistas, ello ha dado lugar a que Pont Aven sea conocida como la “ciudad de los pintores”.
En nuestro camino hacia el norte llegamos a Concarneau. Queremos visitar la “Ville Close”, o casco antiguo, un pequeño islote rodeado de murallas (s. XVI) en su totalidad y al que solo se puede acceder por un puente.
En esta parte del recorrido y ya dentro del Finisterre francés llegamos hasta Pont l´Abbé. Encontramos una espléndida tienda con productos regionales, conservas y artesanía en la que pasamos un buen rato descubriendo mucho de lo que ofrece esta región.
Y continuando por la costa llegamos a la Pointe de Penmarch. Encontramos allí los restos fortificados de la ciudad que tuvo una relativa importancia entre los siglos XIV y XVI, por la pesca del bacalao. En 1595 el pirata La Fontanelle saqueó el pueblo contribuyendo a su declive.
En la punta se levantan tres faros, el más alto de ellos, Eckmühl. Se puede visitar y subir hasta la cámara, justo debajo de la linterna. Una impresionante escalera de caracol de 290 escalones nos da acceso a unas vistas inolvidables de la costa. El faro en activo emite una señal visible a 50 kms. Fue mandado levantar por la hija del príncipe de Eckmühl a fin de socorrer a personas en peligro y honrar así la memoria de su padre.
Cansados de luchar contra el viento y del ascenso y descenso de la escalera de caracol nos tomamos un reconfortante café en uno de los hotelitos situados frente al faro. Y seguimos hacia Quimper, lugar donde pasamos noche.
La ciudad, que fue capital de los Condes de Cornualles, ha sido un lugar habitado desde época romana. Tiene un bonito casco antiguo amurallado, en su centro la Catedral de Saint- Corentin, -comenzada en el XIII- y a sus pies una red de callejuelas y calles bordeadas por casas de entramado de madera del XVI, XVII y XVIII. Un largo paseo y una buena cena son el mejor remate para un día estupendo.
En nuestro sexto día de itinerario seguimos la ruta de la Point du Raz, puro Finisterre francés. Y empezamos la jornada parando en Confort-Meilars, una pequeña población en donde destaca la Iglesia de Notre-Dame de Confort y su calvario, ambos del siglo XVI.
De allí a Point Croix, una encantadora población con las típicas casa blancas y la aguja de su preciosa iglesia destacando por encima de los tejados de pizarra. Un paseo nos permite disfrutar de su ambiente y su tranquilidad.
Continuamos en paralelo al estuario del río Goyen, bonitos rincones y vistas entre prados, bosques y las aguas del río.
Y llegamos a Pointe du Raz. Por motivos medioambientales el tráfico está restringido, por lo que dejamos el coche en uno de los parkings y caminamos hasta la punta del cabo. El paseo, muy agradable y con unas vistas impresionantes de la costa y del faro de La Vieille, anclado en un peñón rocoso y en activo desde 1887, tiene el pequeño inconveniente de no contar con una sola sombra en todo el recorrido. En caso de día soleado es recomendable llevar la cabeza cubierta, el sol es implacable.
Point de Millier. (Foto: Mati Zamorano)
De vuelta al coche y continuando nuestro plan encontramos la Pointe de Millier. Esta punta forma la Bahía de Douarnenez hasta el Cap de la Chèvre en el otro extremo. El pequeño faro se levanta a 34 m. del mar y fue construido en 1881.
Llegamos a Douarnenez a la hora de comer, por lo que primero reponemos fuerzas con una deliciosa crepe bretona y un trozo de “kouign amann” para luego disfrutar con un paseo por el centro histórico de calles adoquinadas. Este importante centro portuario cuenta con un estupendo museo: el Port Musée. Cuenta con una amplia flota de distintos tipos de embarcación y se pueden visitar los cinco barcos anclados en el puerto y que forman parte – al aire libre- del museo.
Continuamos hacia Locronan. Esta población ha sido escenario de numerosas películas, entre otras Nosferatu de Herzog. En realidad parece haberse quedado anclada en el tiempo en que era un importante centro de producción textil para velas entre los siglos XV y XVIII.
El precioso conjunto de la Grand Place tiene su foco en la Iglesia de Saint- Ronan, erigida en 1420 por los Duques de Bretaña. En ella se encuentra el sepulcro del santo.
Locronan es una de las “Petite cité de caractère”, ciudades o pueblos que han sabido mantener su carácter histórico.
Es una delicia pasear por sus calles de casas de granito adornadas con plantes multicolores, en las que todo se ha integrado para no ver nada que desentone.
Salimos de Locronan hacia la Abadía de Daoulas. Fundada en 1173, hoy en día conserva su atrio original y algunas de las construcciones. En ella se programan exposiciones y actividades a lo largo del año y cuenta con un parque en plena renovación.
Como nos encontramos en pleno corazón de los “enclós parosiaux”,- conjuntos parroquiales que incluyen la iglesia, el calvario y en ocasiones un osario, nos dirigimos a Plougastel. Esta población me mantuvo muy aislada durante años a causa de su emplazamiento, lo que produjo algunas peculiaridades. Hoy en día destacan en el cultivo de pequeñas frutas: fresas, frambuesas, cerezas, ciruelas…
Entre su patrimonio religioso destaca el impresionante calvario que muestra, a través de 180 figuras, escenas de la vida de Cristo. Construido en 1598 tras una epidemia de peste está catalogado entre los 7 mejores calvarios de Francia. No lejos de Aquí encontramos la capilla de Saint- Adrien. Data de 1549 según las placas góticas que podemos ver en el muro de la capilla. Está decorada con numerosas estatuas polícromas de los siglos XVI y XVII
Y terminamos el día en Brest, nuestro final de etapa.
Esta ciudad es un punto y aparte de lo que venimos viendo a lo largo del viaje. Aquí no hay callecitas con encanto, ni monumentos históricos, se trata de una ciudad reconstruida en el frio estilo de los años 50, tras haber sido prácticamente destruida por los intensos bombardeos que sufrió durante la II Guerra Mundial.
Uno de los pocos edificios que se mantuvieron en pie fue la torre La Motte- Tanguy. Hoy en día alberga el Museo Antiguo en el que se puede ver escenas de cómo era la ciudad antes de la guerra.
En el castillo situado en la zona del puerto se aloja el Museo de la Marina. Fue Richelieu quien, en el XVII, tuvo la primera idea de hacer de Brest un puerto militar y Louis XIV quien emplazó aquí el Gran Puerto de la Marina Real.
En 1954 se levantó el Recouvrance, el puente levadizo más largo del mundo. Terminamos dando un agradable paseo por el Cours Dajot, construido en 1769 a lo largo de la rada portuaria, este parque llega hasta el Castillo. En su centro se levanta un monumento erigido por los Estados Unidos tras la Primera Guerra Mundial y reconstruido exactamente igual tras la Segunda.
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