En su última imagen, el pasado 6 de marzo, en el día de su 87 cumpleaños, Gabriel García Márquez lucía feliz aunque con un aire cansado. Su salud era entonces buena pero a la vez frágil.
En 1999 se le diagnosticó un cáncer linfático. Padece también demencia senil con pérdida de memoria desde hace años. Desde 1961 reside en México. Su vida es tranquila y está muy cuidado y atendido, lejos de los focos y la intensa actividad de Mario Vargas Llosa, el otro Nobel de Literatura de América Latina, que no descansa en una febril actividad creadora, y con análisis agudos de su país –las declaraciones al programa No culpes a la noche que recogió Hechos de Hoy-.
Un creciente malestar de Gabo aconsejo esta vez su urgente hospitalización en el Instituto Nacional de Nutrición Salvador Zubirán, un prestigioso hospital en el sur de Ciudad de México. Desde el primer momento, Enrique Peña Nieto ha estado informado, siguiendo la evolución de su estado de salud. En su cuenta de Twitter le deseó una pronta recuperación. Mercedes, la esposa del escritor, quiso desdramatizar la situación asegurando que sólo es un catarro lo que sufre.
En el primer comunicado oficial se confirmó que está siendo tratado de infección pulmonar y urinaria. Evoluciona bien al tratamiento y se espera que pueda ser dado de alta esta próxima semana. Como prueba de la gran atención mediática en torno a Gabo, y de la importancia que recibe en México, siendo muy querido y respetado, la Secretaría de Salud del Gobierno del Distrito Federal confirmó, que García Márquez ingresó "por un cuadro de deshidratación y un proceso infeccioso pulmonar y de vías urinarias. El paciente ha respondido al tratamiento. Una vez que complete sus antibióticos se valorará su regreso".
Desde su ingreso, las cámaras de televisión y los medios mantienen guardia en torno a este centro. No se oculta que aunque se trata sólo de una crisis, la salud de Gabo es delicada y se resiente en crisis tan severas como esta última que ha requerido ser tratado con antibióticos desde el primer momento.
