Donald Trump giró estratégicamente para escapar de la presión, y del pantano en que se halla su mandato, lanzando una campaña de acusaciones sin pruebas contra el expresidente Barack Obama.
Si este ataque frontal se convierte en fiasco se pueden abrir fisuras serias en el Partido Republicano. Donald Trump pidió al Congreso que investigue las supuestas grabaciones de sus llamadas antes de las elecciones.
El sábado acusó a Barack Obama de ordenar la grabación de sus llamadas. El expresidente lo negó de plano. Este domingo, importantes voces en el Partido Republicano advirtieron de que se debe documentar esta grave acusación.
La Casa Blanca siguió sin aportar pruebas. "El presidente Trump solicita que, como parte de su investigación de las actividades rusas, los Comités de Inteligencia del Congreso apliquen su autoridad para determinar si los poderes de investigación del brazo ejecutivo fueron abusados en 2016", señaló Sean Spicer, portavoz presidencial, en un comunicado de la Casa Blanca.
Barack Obama ha señalado por su parte que ni él ni ninguna persona de su Administración nunca adoptaron medidas de ese tipo durante sus ocho años de mandato.
Una orden judicial para grabar conversaciones telefónicas sólo puede ser aprobada por un tribunal federal. Requiere además pruebas de espionaje o traición. Es una decisión que sólo la puede tomar el Poder Judicial, no el Poder Ejecutivo.
El senador republicano por Nebraska, Ben Sasse, advirtió que el presidente había realizado “acusaciones muy serias”. Alertó además que Estados Unidos se encuentra en medio de una “corrosiva crisis de confianza en las instituciones”.
Por su parte el senador republicano por Florida, Marco Rubio, dijo que es necesario que el presidente y la Casa Blanca aportes más detalles en los próximos días "sobre lo que está detrás de esa acusación”. Mostró preocupación señalando que “nunca había visto” un ataque semejante al de Donald Trump sobre Barack Obama.