Terry Gilliam es un genio y como tal ha ejercido toda su vida. Eso que acabo de decir suena bastante halagador, pero tiene sus pros y sus contras. Como todos los grandes directores que basan su vida en la disrupción de sus obras, en ponerse del lado diferente de las cosas, que no les gusta repetirse ni a sí mismos; su obra es víctima de unos altibajos espectaculares.
Yo amo muchas de sus películas, pero otras no las volvería a ver como no fuera por una causa obligada. Amén de los problemas que pasa cada vez que intenta sacar un proyecto adelante por la falta de inversores que desconfían que vaya a caminar por los raíles de la organización y de ceñirse a los planes pactados.
Él no, largos son los escritos que hablan de sus salidas de presupuesto y de los quebraderos de cabeza que les da a sus equipos. Pero ahí lo tienen, premiado en el Festival Internacional de Cine de Huesca, merecidamente, con un galardón que homenajea a otro genio del cine absurdo: Luis Buñuel.
En la Gala, celebrada en el Teatro Olimpia de Huesca, se proyectó su última película “El hombre que mató a Don Quijote”. Muchos años llevo, cuando imparto cursos de cine, proyectando a mis alumnos el documental “Perdidos en La Mancha”; la película a modo de “making of” sobre el intento de rodaje de Gilliam en el año 2000 de ese guion y que acabó en fracaso.
Aun así, nunca olvidemos que este señor fue miembro de Monty Phyton y es autor de muchos de los grandes clásicos del cine, “12 monos”, “Brazil” “Las aventuras del barón Munchausen” o “El rey pescador”.