Semana Santa de sencillez en Ciudad del Vaticano. Son los rasgos del papado de Francisco. El Papa ha estado muy pendiente de los nuevos atentados terroristas en Bruselas y también de los debates en las dos reuniones del Consejo Europeo de la Unión Europea en el drama de los refugiados (ver en Hechos de Hoy, François Hollande y Simón Peres, la única alternativa de la paz).

En su agenda personal de los últimos días, Francisco ha seguido de cerca, y tenido información puntual, de las visitas de Barack Obama a Cuba y Argentina. El pensamiento de Francisco es el de la oración por la reconciliación y la justicia social. En Europa, como bien sabe y conoce la canciller Angela Merkel, Francisco considera un escándalo que el Mediterráneo se convierta en dramática tumba. Lo que no acepta Francisco es la indiferencia ante el sufrimiento.

Francisco quiere agitar esa pasividad de Europa así como la política de a sangre y fuego que se aplica en Oriente Medio. Francisco quiso viajar al norte de Irak en el momento de cruel persecución de los cristisnos. Sus colaboradores más estrechos le hicieron desistir por los riesgos. Pero el Papa tiene muy claro que los caminos de la paz pasan por el punto gordiano de la unión entre pueblos y religiones.

Han sido los mensajes del Jueves Santo y Viernes Santo. Y las meditaciones que se abren para este Sábado Santo. De las imágenes de esta Semana Santa, queda el momento en el que el Papa lavó el jueves por la tarde los pies a doce refugiados, incluidos tres musulmanes de Siria, Pakistán y Malí, tres mujeres cristianas coptas de Eritrea y una empleada italiana del Centro de Acogida de Peticionarios de Asilo de Castelnuovo di Porto, a 30 kilómetros al norte de Roma.

Ha sido la primera vez que un Papa celebraba los oficios del Jueves Santo fuera de Roma. Francisco, sin duda, ha querido subrayar la dignidad de los sesenta millones de refugiados que hay en todo el mundo. Y, sobre todo, insistir en que es inaceptable la ceguera de Europa y su pasividad.