Osama Bin Laden siempre soño con un ataque brutal a Nueva York y Washington. Dejó la tarea de esa misión en el pakistaní Khalid Sheikh Mohamed, el cerebro de un plan odioso y letal.
Toda la planificación de los ataques del 11 de septiembre de 2001 contra las Torres Gemelas y el Pentágono duró 15 meses. Fueron cuatro aviones -uno de ellos se estrelló sin impactar en ningún objetivo- que conmovieron al mundo. Menos al afgano y al núcleo duro de Al Qaeda.
Bin Laden, quien entonces tenía 44 años, sabía también que a partir de ese momento su cabeza tendría un precio tan alto que comprometería a todos los que estuvieran a su alrededor.
Fue por eso que buscó refugio durante 10 años con la complicidad del Talibán y Pakistán para esconderse y sobrevivir. Pero el 10 de septiembre, cuando el mundo ni sospechaba que estaba a punto de cambiar para siempre, hizo una última llamada.
Llamó por teléfono a su madre, Alia Ghanem, quien se encontraba en Siria su país natal. Fue conciso y su tono parecía casi de despedida. Le informó que lo más probable era que no podría reunirse con ella durante un tiempo largo (¿quizás nunca?) porque en pocas horas iba a ocurrir “algo grande” que pondría fin a sus comunicaciones durante mucho tiempo, degún una información de la revista Newsweek.
El vínculo de Bin Laden con Ghanem siempre fue muy cercano. Cuando tenía tres años, su madre se divorció de Mohammed Bin Laden dejando que el niño fuera criado por el segundo marido en Arabia Saudí. Durante su niñez fue a la escuela en Jeddah, y en su juventud se unió a la Hermandad Musulmana.
Luego viajaría a Pakistán y Afganistán para luchar contra la Unión Soviética junto a afganos y talibanes, quienes años después le darían hospedaje. Ese tiempo le sirvió para vincularse a intelectuales de la yihad y comenzar a convertirse en líder extremista.
Al día siguiente de esa llamada de despedida, Alia Ghanem supo de qué hablaba su hijo cuando le dijo que “algo grande” estaba a punto de ocurrir. También supo que nunca más podría verlo. Ni vivo, ni muerto.
Diez años después, un equipo de comandos Seal de los Estados Unidos localizó al jefe terrorista y lo mató el 2 de mayo de 2011 en Abbottabad, Pakistán.
El 11 de septiembre de 2001, cerca de las 8 de la mañana, 19 yihadistas de Al Qaeda secuestraron cuatro aviones de pasajeros para realizar unos atentados que cambiaron el rumbo de la historia.
Los terroristas, originarios en su mayoría de Arabia Saudí, apuntaron contra los símbolos económicos, militares y políticos del país más poderoso del mundo. Dos aviones fueron estrellados contra el World Trade Center en Nueva York y un tercero contra el Pentágono, cerca de Washington DC.
Un cuarto avión apuntaba posiblemente contra el Capitolio, sede del Congreso, o la Casa Blanca, pero tras la heroica intervención de sus pasajeros se estrelló en una zona rural de Shanksville, en Pensilvania. Fue la jornada más dramática de la moderna historia de Estados Unidos: 2.977 personas murieron y 25.000 resultaron heridas de diversa consideración.
Un ataque de enormes cicatrices, daños y profundo dolor. Fue el detonante además de una guerra de 20 años contra Afganistán, un conflicto al que Joe Biden ha querido poner punto final.