1. Inicio
  2. Secciones
  3. Comunicación
  4. Colección de silencios que comunican: antes, durante y después

POSVERDAD

Colección de silencios que comunican: antes, durante y después

En la comunicación no todo es transmitir o recibir mensajes. Ni siquiera compartirlos. Emitir, acoger y tener una experiencia común son funciones básicas de la comunicación. Y el silencio también tiene su misión.

Hechosdehoy / José Ángel Domínguez
fjrigjwwe9r1_articulos:cuerpo

Un artículo de Kalefa Sanneh sobre el cantante de country, Georges Strait (Georges Strait’s Long ride, The New Yorker, 24.07.2017) y una conversación de esta mañana me ponen a escribir sobre los silencios.
 
En la comunicación no todo es transmitir o recibir mensajes. Ni siquiera compartirlos. Emitir, acoger y tener una experiencia común son, sin dudas, funciones básicas de la comunicación.

Pero el silencio tiene su misión en comunicación.

Tacendo consentire, se dicen en latín; “el que calla, otorga” decimos en español. “Quien calla, no dice nada”, nos enseñaba con toda razón el sabio y finísimo jurista de Derecho Romano, Álvaro D’Ors.

Al menos cuando callamos no mentimos. Y eso tiene su importancia cuando hasta para la verdad manipulada se han inventado un palabra mentirosa: posverdad.

Las tragaderas de la Real Academia Española de la lengua se han ampliado: la edición de diciembre de 2017 incorporará el vocablo, como neologismo derivado del inglés post-truth, para referirse a aquella “información o aseveración que no se basa en hechos objetivos, sino que apela a las emociones, creencias o deseos del público”.

Entonces, podríamos decir, el silencio en comunicación tendría su antesilencio y su postsilencio, además del silencio a secas, único para cada momento y circunstancia.
 
Retengo en mi almario un montón de antesilencios, silencios netos y postsilencios.

Antesilencio es el del ser prudente que rumia la palabra acertada con la que dar consejo, el de quien se apresta a consolar o el de la madre que se dispone a alentar al hijo desvalido.

Distingo en esta  penumbra de la memoria dos antesilencios que nunca me han defraudado: el necesario silencio del estudio para primero aprender y luego saber. Y el silencio de la meditación antes de la acción, que deja su rastro de inmortalidad al hacer valioso por eterno el mismo acto.

Sin algo de silencio anterior e interior no hay amor. Y una comunicación sin una pizca siquiera de amor nace prematura, con unas primeras horas necesitada de incubadora.

Silencios únicos y perennes son el de oficio propio de abogados, médicos, y el silencio del confesor, y el del confidente. También el del periodista acerca de su fuente.

 

Un callar ambivalente sería el de un hombre con una mujer. Hemos visto novios y matrimonios que no están diciéndose nada. Pero, mudos los labios, parecen hablar los ojos que miran los ojos. Lo llaman contemplación, pues la sola mirada recibe y entrega lo que las palabras se ven incapaces de decodificar. Mensajes no binarios, sino infinitarios, guarismos inalcanzables para la cabeza y la lengua, razones que la razón no entiende, ni falta que le hace, podríamos añadir.

Pero todos hemos visto otro tipo distinto de silencio entre hombre y mujer. Es ese ominoso mutismo cuando, estando aparentemente juntos, ya no miran juntos. Las más de las veces se trata de matrimonios que en algún recodo de la senda dejaron tirada en la cuneta la cantimplora capaz de quitar esa sed secante llamada indiferencia. Han dejado de quererse, porque han dejado de amarse. No sólo que se agostó el sentimiento, lo que no es grave, sino que cada uno bebe de su propia agua, come de su propia indigencia, y se incomunica en su triste incomunicación. Vivir es dar, servir, comunicar.

 

Para catalogar postsilencios la memoria abre los cajones de las conversaciones interrumpidas, de las cosas acabadas, de las risas reídas, de las lágrimas lloradas, de los libros leídos y las canciones cantadas.

Son silencios de “después de”. Uno se queda con uno mismo y no hacen falta las palabras que uno no va a decir, ni las que podría escuchar. Están ahí en silencio, pero elocuentes. Son verdades que fueron y que no dejan pasar un día sin hablarnos en su bello silencio: algunas de ellas marcaron nuestro destino, o con más fe, ayudaron a que se cumplieran designios.

Hay el postsilencio a la muerte del ser querido, que como a Georges Strait a la muerte de Jenifer su hija de 13 años, le inspira dos años después una canción Baby Blue (1986), puro Country dolorido. Idéntico al Tears In Haven de Eric Clapton (1992) en memoria de su hijo Conor fallecido al caer accidentalmente del piso 53º de un edificio de Manhattan.

Silencios rotos por la canción de un corazón despedazado.

Existen también postilencios recurrentes: el descanso de la noche, la excursión de la semana, o los silencios de las semanas de vacaciones mientras no sean suplantados por peores ruidos que no dejan esponjarse al alma ni fluir a las ideas.

Por último, cómo no reconocer el postsilencio autoimpuesto por guardar en el corazón lo que al corazón pertenece.

Dejamos entonces al tiempo que haga su trabajo, mientras arranca a la piel de alma palabras sólo nuestras; no necesitan sonar para que sepamos que viven en la orilla donde nacieron. Déjalas ahí.

Idea fuente: silencios que comunican: antes, durante, después.

Música que escuchoCe monde, Richard Anthony (1965)
 

Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Fill out this field
Fill out this field
Por favor, introduce una dirección de correo electrónico válida.
You need to agree with the terms to proceed

twitter facebook smarthphone
Menú