Formidable y desoladora batalla política en Washington desatada por el trumpismo. Finalmente, el Senado de Estados Unidos confirmó, en estrecha mayoría de 50 a 48, al juez conservador Brett Kavanaugh como nuevo miembro vitalicio del Tribunal Supremo. Lo hizo pese a las acusaciones de abuso sexual que pesan sobre el juez.
Para Donald Trump es ante todo una victoria personal en doble aviso al Partido Republicano y al Partido Demócrata. Supone no un giro a la derecha del Tribunal Supremo sino a favor del trumpismo. Para el movimiento #Metoo es un golpe. Se trata de un mensaje general ante las próximas elecciones.
Donald Trump es el presidente pesadilla. Podría acabar su mandato e incluso acceder a una segunda etapa en la Casa Blanca. Si son buenas noticias para él, no resultan las mejores para la reputación de Estados Unidos y su liderazgo mundial.
Fue una batalla además al filo de la navaja. El Partido Republicano cuenta con 51 de los 100 escaños del Senado. Una de sus senadoras, Lisa Murkowski, de Alaska, votó en contra. Sin embargo un demócrata, Joe Manchin, de Virginia Occidental, lo hizo a favor. El republicano por Oregón, Steve Daines, se ausentó para asistir a la boda de su hija. Lisa Murkowski retiró su voto negativo para no alterar el resultado.
Si hubiese sucedido un empate 50-50 hubiera ganado también el Partido Republicano con el vicepresidente, Mike Pence.
Pero una victoria tan corta es sorprendente en Estados Unidos. Muestra el grando de crispación y división que hay en Washington. Donald Trump no ha buscado la contención sino agitar aún más las pasiones. Y lo hace además con el horizonte de las elecciones legislativas del 6 de noviembre.
El prestigio del Tribunal Supremo ha quedado vapuleado. Brett Kavanaugh va a quedar marcado por la polémica, las acusaciones y la sospecha. El movimiento #Metoo ha perdido su serenidad. En Estados Unidos no se desea la agitación violenta ni tampoco que surjan movimientos antisistema. Todos han quedado dañados, incluso el propio presidente, agresivo y desafiante al proclamar una supuesta victoria que realmente le debilita y empequeñece en su obligación bipartidista y hacedor de consensos.