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CONDUCTAS LLAMATIVAS

Acoso escolar. La característica del siglo XXI es la indiferencia ante el dolor

Comienza a estar "de moda" hablar de bullying. Conocer al alumnado es esencial; sus comportamientos, sus personalidades, sus capacidades y formas de relación.

Hechosdehoy / Ángeles Álvarez
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Comienza a estar “de moda” hablar de acoso escolar. Esta temática ya es recurrente en diferentes centros  educativos, en los medios de comunicación y en los espacios de debate generados para tratar temas de interés y actualidad.
 
Si bien, este auge de discusión acerca de la realidad del Bullying, responde a una situación certera que refleja situaciones habituales de acoso, agresión, faltas de respeto e indiferencia de algunos jóvenes hacia otros.
 
Está bien hablar de acoso escolar. Es una forma de visualizar algo real que ha ocurrido siempre y que en pos de reducirse, los datos nos indican que crece y aumenta cada vez más.
 
Ahora además, con un plus añadido. Las nuevas tecnologías usadas, por supuesto, de manera incorrecta, generan un daño mayor a la víctima al permitir una rápida difusión de imágenes, vídeos, mensajes de intimidación, insultos o rumores falsos.
 
El Congreso de Creatividad e Innovación Educativa, Braining 2016, dio cabida a diferentes y diversos temas de interés educativo. Entre todas las ponencias, Angela Serrano, Representante de la UNESCO en España en temas de acoso escolar, destacó la realidad del bullying desde una perspectiva más profunda. 
 
Una reflexión que incita a tener en cuenta ciertas variables que influyen en la razón de ser de un comportamiento violento, o en el estado de indefensión aprendida que adquiere un niño/a que constantemente recibe algún tipo de agresión.

 

La violencia como comportamiento social aprendido, que puede representar al mismo tiempo el desajuste personal y social del propio agresor, y la violencia como síntoma que demanda atención e intervención. Por otra parte, la necesidad de intervenir ante aquello que nos indique que “algo” está sucediendo, es decir, tanto el alumno agresor, como el alumno víctima, constantemente nos mostrarán señales más o menos evidentes de la situación que puedan estar viviendo.
 
“La intervención educativa comienza en el conocimiento del alumno”
 
Las intervenciones actuales identifican que las intervenciones más eficaces van unidas a la identificación temprana de conductas que no encajan en el desarrollo del menor. Los estudios suelen poner de manifiesto que el perfil de los menores que presentan conductas violentas suele ser de la siguiente manera:
 
Se trata de personalidades fuertes.
 
Tendencia a ser pseudo líderes (es decir, pueden dirigir acciones que quebranten las  normas escolares).
 
Tendencia a controlar a sus compañeros “secuaces”.
 
 Impulsivos.
 
 Con distorsiones en la interpretación de la realidad.
 
Rencorosos y vengativos.
 
 Muestran poca empatía hacia el sufrimiento de otros.

 

Imagen: Congreso Braining2016. #Valencia
 
 A menudo se muestran desafiantes y agresivos con los adultos, incluidos los padres y profesores.
 
Comportamientos disruptivos que se repiten crónicamente.
 
A menudo participan en otras actividades antisociales.
 
Conductas precoces de consumo de alcohol y drogas.
 
Detectar conductas llamativas permite intervenir para solucionar y evitar el agravamiento del problema. Los conocimientos y la formación del docente, en este aspecto son básicos, y las estadísticas nos indican que no siempre se conocen ni se detectan a tiempo las situaciones conflictivas.
 
Conocer al alumnado es esencial. Conocer sus comportamientos, sus personalidades, sus capacidades y formas de relación. Generar actividades colaborativas que fomenten el respeto mutuo y atender siempre, cualquier señal que nos indique que está existiendo un problema que afecta directamente a alguno de nuestros alumnos.
 
Es importante intervenir de forma eficaz y rápida sin caer en la  precipitación. Las medidas reparadoras han de buscar la reparación del daño y la seguridad para los implicados. Las medidas disciplinarias deben sancionar de forma adecuada y acertada la falta cometida asegurando al mismo tiempo un fin educativo para el agresor.
Desde esta perspectiva, se contempla una modificación del comportamiento violento, con un resultado esperanzador hacia los niños y jóvenes que siguen en proceso de formación de su personalidad, capacidad empática y gestión de sus emociones y conductas.
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