Alrededor de 6.400 millones de kilómetros a través del sistema solar fue lo que recorrió la sonda Rosetta para completar con éxito una de sus maniobras clave. Ésta ya se encuentra en órbita en torno a su objetivo, el cometa 67P/Churyumov-Gerasimenko.
La misión en cuestión permitirá, por primera vez en la historia, observar in situ cómo un núcleo cometario despliega su actividad y desarrolla la coma y las colas que aportan a los cometas su aspecto característico.
Rosetta se creó en los años ochenta del siglo pasado y fue aprobada por la Agencia Espacial Europea (ESA) en 1993. Su creación y desarrollo constituye un desafío científico y tecnológico totalmente revolucionario. Hay que recordar que el viaje de la nave comenzó el 2 de marzo de 2004 cuando despegó desde el Puerto Espacial Europeo en Kourou, en la Guayana Francesa.
Desde aquel entonces dio hasta cinco vueltas en torno al Sol y realizó tres maniobras de asistencias gravitatoria con la Tierra y una con Marte para ganar velocidad y alcanzar una órbita totalmente similar a la del cometa 67P. Es ahora cuando la maniobra de entrada en órbita requirió igualar la velocidad de la nave y la del cometa, que alcanza una velocidad de 55.000 km/h.
Rosetta dibujó tres arcos a una distancia de unos 100 km del cometa y otros tres a unos 50 km, lo que fue acercando la nave a la distancia en la que la gravedad del cometa es totalmente suficiente para mantener a la nave en órbita. Los expertos aseguran que actualmente se encuentran a medio camino entre Júpiter y Marte.
En observaciones preliminares desde la Tierra, la forma del cometa 67P parecía algo similar a un balón de rugby, sin embargo, cuando Rosetta llegó a su destino, los científicos se llevaron una sorpresa. Las imágenes que tomaron a través de la cámara OSIRIS desde una distancia de unos 12.000 km mostraron un aspecto nunca visto en un cometa.
En este sentido, 67P muestra dos regiones diferenciadas y, según la orientación, su forma recuerda a la de un patito de goma. En los próximos meses se espera determinar las propiedades física y mineralógicas, lo que permitirán decidir si las dos partes del cometa eran antes dos cuerpos individuales o si la peculiar forma se debe a un proceso de erosión.
"Pensar que uno estuvo trabajando con algo, que lo tuvo entre sus manos y que ha llegado a la órbita de Júpiter, ha despertado tras más de 30 meses de la hibernación y está acompañando a un cometa en su órbita hacia el Sol es verdaderamente gratificante", señala Luisa María Lara, investigadora del Instituto de Astrofísica de Andalucía (IAA-CSIC).
"Los cometas pueden ayudarnos a responder preguntas fundamentales sobre la formación del sistema solar, la procedencia del agua terrestre e incluso sobre el aporte de moléculas prebióticas a nuestro planeta. Pero debíamos despejar muchas incógnitas sobre, por ejemplo, la densidad, composición o estructura interna de estos objetos, y solo podíamos hacerlo visitando uno", explica.