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ACTIVOS Y PASIVOS

Se necesitan pacificadores, no sólo en España, sino en el mundo

Muchos son pacifistas pero luego no soportan a los que no son iguales. Así ocurrió en la India con los musulmanes, en Paquistán con los hindúes o en la Barcelona de 2017 por poner un ejemplo cercano.

Hechosdehoy / José Ángel Domínguez
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El Premio Nobel de la Paz se otorga cada 10 de diciembre en Oslo (Noruega); es el único que se entrega fuera de Estocolmo (Suecia). Es, entre los Nobel, el que más veces ha quedado desierto, diecinueve; y el que más veces ha sido recibido por mujeres, dieciséis.

En total desde 1901 en que lo recibiera Frédéric Passy ha sido entregado a 19 organizaciones internacionales y 104 personas, ninguna española. El de este 2017 ha sido otorgado al ICAN y su lucha contra las armas nucleares. El del 2016 lo recibió Juan Manuel Santos, “por sus grandes esfuerzos para finalizar la guerra civil de más de 50 años en Colombia”.

Desde 1895 se otorga “a la persona que ha hecho el mejor trabajo o la mayor cantidad de contribuciones para la fraternidad entre las naciones, la supresión o reducción de ejércitos así como la participación y promoción de congresos de paz y derechos humanos en el año inmediatamente anterior”.

Repasadas las biografías de algunos galardonados a uno le asalta la pregunta acerca de qué significa “paz” para el Comité Nobel Noruego. Y luego, en reflexión más domestica y acaso íntima, uno se pregunta ¿quiénes son las personas de paz?

Me ha parecido que pueden distinguirse, tres categorías de sujetos en relación con la paz: los pacifistas, los pacificadores y los pacíficos. Por si me falta espacio al final para hablar de los pacíficos, vaya por delante que esta categoría goza de la prerrogativa de la filiación divina para toda la eternidad: “Beati pacifici, quoniam filii Dei vocabantur” (Mt. 5.9).

Porque exige cierto grado de lucha con uno mismo arrebatarse del propio corazón la ira injusta, el prejuicio desmerecedor del otro y la falta de compasión. Miremos a los pacifistas. Aquí hay teoría y práctica. Y hay Historia y hay actualidad.

En la teoría pacifista, algunos que prescinden de la fe, sitúan el origen activo en los primeros cristianos por su falta de violencia frente al martirio. Luego se desarrolló más recientemente como recurso sistémico frente al poder.

Los ideólogos del pacifismo hunden sus raíces en ConfucioLao-Tsé y el conjunto doctrinal místico de unión con una Naturaleza sosegada. Modernamente, muchos otros miran a Mahatma Gandhi y a Nelson Mandela, no obstante trazos de inusitada pasión. También Martin Luther KingJohn Lennon (Imagen) y varios movimientos de los 60’ orbitaban gracias a un común combustible de ideas.

Los hay que hasta incluyen entre los pacifistas de última hora a las masas de los asentamientos y manifestaciones de la llamada Primavera Árabe, que acabó en Invierno e Infierno para muchos no musulmanes – principalmente cristianos – del norte de África (Egipto) y Oriente Medio (Siria).

Porque, y ésta es práctica ejercida por activistas sedicentes pacifistas, muchos son pacifistas cuando viven en estado de necesidad, pero luego no soportan y persiguen a los que no son iguales. Así ocurrió en la India con los musulmanes, en Paquistán con los hindúes o en la Barcelona de 2017 por poner un ejemplo cercano. La paz que se construye en el alarido tumultuoso y el asalto a vehículos será pacifista pero es una paz débil como lirio al sol.

Lo que nos lleva a poner los ojos en los pacificadores, en los que construyen la paz. Son aquellas personas que saben ver el orden en la tranquilidad y no tanto en protagonizar performances, en componer coreografías sensibleras con las pantallas iluminadas de sus móviles, o en adherir a su camiseta una pegatina con el eslogan “no a la guerra”.

El pacificador lo hay de clase pasiva y de clase activa. El pacificador de clase pasiva no alza la voz ante el conflicto, no levanta – no arría – banderas. Sabe estar callado en casa, en el café o en la redacción para no irritar más al activista, al agresivo o al doctrinario. No es que le dé igual o que sea cobarde; al contrario tiene el valor de ejercer una conducta constructora de paz desde su serenidad, desde la espera.

Es un personaje sin herramientas o sin el acervo cultural suficiente para argüir en contra del déspota y por eso no responde en el momento. No es persona del instante, es hombre de medio plazo.

Pero en esta hora, no sólo en España sino en el mundo, se necesitan pacificadores activos.

El mejor pacificador, el activo, sabe encontrar modos de que los contendientes convivan en paz, sin humillar la justicia ni la verdad. En casa o en el trabajo sabe quitar importancia a pequeños disgustos y pasar por alto faltas que no son transcendentes, pero que podrían motivar una bronca si se enredan en discusión.

Hay chistes para pacificar. Saber reírse y provocar con gracia la risa ajena es un arte y un bálsamo que rebaja la tensión en los ámbitos corrientes de la vida.

En la vida de la opinión pública, de la política y de las relaciones internacionales se necesitan personas con gran formación, fuerte carácter, gran corazón y visión a largo plazo que ejerzan de pacificadores. Los hay con la suficiente generosidad e inteligencia como para saber pasar ocultos mientras redactan fórmulas, entrelazan armónicamente intereses contrapuestos y hacen ver a cada parte la razón que asiste a la otra. O al menos cuál es la vía por la que el bien común prevalecerá sobre el egoísmo.

Actuar como pacificador honrado es probablemente un camino cabal para acabar siendo pacífico.

Idea fuente: Pacificar: no es para la paz todo lo que se presenta como pacifista.
Música que escucho. “You are part of me”, Anne Murray (1978)


 

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