Simo Haihä fue un francotirador finlandés que mató a 505 soldados rusos en 105 días durante la guerra de Invierno (1939-1940) entre  Finlandia y la URSS: 4,8 enemigos abatidos, uno a uno, por día. Como un cazador, estudia el terreno, controla cada detalle del entorno: cada movimiento de animal; una rama, una huella insólita; nada escapa a su ojo y a su oído. Memoriza todo, calla, espera con temperaturas de 20 bajo cero porque sabe una cosa cierta: “el enemigo se esconde pero cambia siempre algo”. Y luego dispara sin ser visto para desaparecer sin rastro. El ruso siempre llega tarde. El ruso siempre se delata.

Estas ideas, espigadas del artículo “La experiencia del francotirador finlandés que mataba cinco rusos al día” (El Mundo, 12/08/2019) sobre el libro “La muerte blanca” de Tapio Saarelainen, son ilustrativas de lo que está pasando este verano en la política española.

En su libro Teoría de la acción humana en las organizaciones (Rialp, 1991) el profesor José Antonio Pérez López, mostraba lo inútiles que son los esquemas de las ciencias descriptivas del tipo “si se quiere obtener By hay que aplicar la acción Ax” donde By es la reacción prevista entre las posibles de una lista ante la acción Ax que se ejecuta de entre las contenidas en otro archivo de acciones posibles.

Este tipo de pensamiento, concluía el profesor, prescinde de que tanto en el agente que actúa cómo en el agente sobre el que se actúa se produce un aprendizaje. Este aprendizaje es una mudanza, un efecto intrínseco, en ambos sujetos que les aporta nueva información de cara a cómo procesar la próxima acción: esto afectará al tiempo (sorpresa, preparación, prevención), al espacio (defensas, trucos, trampas) y al relato (pensamiento, señuelos, propuestas, titulares, demostraciones – o no  – de fuerza o capacidades).

El mecanicismo automático en las relaciones humanas no existe. Una nueva acción Ax no vuelve a provocar exactamente la reacción By.

La política es un tipo de relación humana especial y compleja con acciones para disponer escenarios para el futuro de otros y para el propio. Esta afectación a la dimensión personal (individual y colectiva) de los ciudadanos, incluidos los propios actores, es lo que ojalá llevara a los políticos a ser virtuosos, empezando por lo que es cardinal, es decir, prudencia, justicia, fortaleza y templanza.

No somos ingenuos, por eso hemos utilizados una fórmula desiderativa  – “ojalá llevara”- pues es usual que en no pocos casos el aprendizaje después de actuar o de reaccionar no sea plenamente positivo y el político acabe con el colmillo retorcido.

La astucia, acaso el temor, provocará un aprendizaje de eficacia para abatir -incruentamente en este caso- a quien desea el poder tanto como uno.

Y en eso estamos. Tras el fracaso de la elección como presidente el ahora en funciones Pedro Sánchez se ha reunido con colectivos o asociaciones (la ministra de Industria en pura reacción regaña a una periodista TVE para que utilice este último término y no “colectivos”), sindicatos y patronales. También con partidos cercanos como Compromís. Lo hará también con las otras formaciones políticas nacionalistas (en su aprendizaje ha incluido no denominarles separatistas y menos golpistas). No invitará a Ciudadanos porque ha aprendido que sólo el cartero llama dos veces y él lo ha hecho hasta cuatro. Y llamará al Partido Popular, por cortesía. Y por el aura presidencialista, modo ronda de consultas, que exhibe en su andadura.

Simo Haihä compactaba la nieve a su alrededor para evitar que un mínimo derrumbe por el disparo del fusil M28 Pystykorva sin mira telescópica delate su posición. Pedro Sánchez compacta en Doñana arena, paseos, silencios y retrasos para que el tiro al centro de los “círculos” de Podemos coja a su líder Pablo Iglesias oteando horizontes para ver de dónde vendrá la carga de “lo tomas o elecciones por tu culpa”.

Pero ese no es el último cartucho: “el enemigo se esconde pero cambia siempre algo”.